Natalie, hija de Albert Clifford Barney, magnate estadounidense del ferrocarril, nace en una mansión cerca de Cincinnatti, aunque su corazón siempre fue francés. Ya de pequeña despuntaba como amazona, y esto le valdrá el apodo de “Amazone” en su edad adulta. Habló francés desde muy pequeña, gracias a los libros de Julio Verne que le leía su niñera, y esto le será de especial utilidad cuando, a los diez años, viaja con su padre a París, donde compran una casa y viven una temporada.
Hay un episodio especialmente curioso de su infancia: huyendo de unos niños en el hall de un hotel, un adulto la cogió en brazos para ayudarla. El hombre era Oscar Wilde, el famoso novelista británico.
A los doce años, Natalie se enamora de una chica de su edad llamada Eva Palmer. A partir de entonces, conocerá el amor infinidad de veces, y asume su orientación sexual con naturalidad, negándose, por ejemplo a debutar en sociedad como hacían las chicas de clase alta en la época.
Natalie vuelve a París, a un París que censura las relaciones entre hombres, pero es relativamente tolerante con las uniones entre mujeres. La mayor parte de las cortesanas (prostitutas, vamos) mantenidas por los hombres ricos son lesbianas, y una de ellas es Liane de Pougy, que mantiene un romance con Natalie durante algunos meses de 1899. Nuestra protagonista intenta, sin éxito, que Liane abandone la prostitución, pero será imposible.
Otra de las mujeres que pasaron por sus brazos fue Renée Vivien, la poetisa conocida como Pauline Tarn, quien contaría su historia en Une femme m’apparut. La propia Clifford también escribiría sobre sus amor en el libro de poemas Quelques portraits, sonets de femmes, ilustrado por su madre, la pintora Alice Pike Barney. Natalie y Pauline viajarían en el Orient Express con la intención de instalarse en Lesbos, pero en el viaje discutieron y se volvieron para casa. En el viaje de vuelta, Natalie se encontró con su ex amante la baronesa Hélène de Zuylen.
A la muerte de su padre, Renée volvió para consolarla, y con la herencia de su padre montó en el 22 de la calle Jacob de Paris el Templo de la Amistad (Temple de l’amitié), un punto de encuentro para mujeres intelectuales y, no nos engañemos, para que las lesbianas ligotearan. Por ahí pasaron nombres como Djuna Barnes, Gertrude Stein, Eva Palmer, Colette, Isadora Duncan, Mata Hari…
Una de las escritoras que por ahí pasaron fue Remo de Gourmont, quien cae rendida ante Natalie, sin ser correspondida, y que la convierte en protagonista de su novela Lettres à l’Amazone. Sin embargo, Natalie está a otras cosas: en abril de 1909 tiene una aventura con la Duquesa de Clermont-Tonnere, y se consolida como escritora de éxito con su recopilación de aforismo Éparpillements.
En vísperas de la Primera Guerra Mundial conoce a la pintora americana Romaine Brooks en la galería Durand Ruel, donde expone sus retratos. La relación de las dos durará, de manera intermitente pero constante, hasta la muerte de Natalie. Pero no fue la única, ya que también mantuvo otra relación a largo plazo con Élisabeth de Gramont, una aristócrata descendiente del rey Enrique IV que era conocida como la “duquesa roja” por sus opiniones socialistas.
Pasado un tiempo, en 1927, Natalie es seducida (bueno, quizá fuera al revés, así que vamos a decir que se sedujeron mutuamente) por Dolly Wilde, la última de los Wilde y sobrina de Oscar. Tenía el espíritu brillante de su tío, pero también una afición por el alcohol que terminaría con ella. La pareja se separó en 1939 a raiz de la guerra mundial, y justo después de que a Dolly le diagnosticaran cáncer de mama. Murió en 1941, sin que se sepa si fue por cáncer o por una sobredosis de pastillas para dormir.
Natalie era una persona abiertamente antifascista, pero cuando estalló la guerra y ella y Romaine Brooks se mudaron a Italia, se vieron atrapadas en el país cuando Mussolinni decidió entrar en la Guerra de la mano de Hitler. Para una mujer lesbiana y con ascendencia judía no era un tiempo ni un lugar fácil, y se vio abocada a escribir ciertas piezas en consonancia con el régimen, por pura supervivencia. Cuando Alemania ocupó Italia en 1943 y comenzó a deportar a judíos a los campamentos, Natalie logró evitar la deportación haciendo uso de su pasaporte estadounidense, y también ayudó a personas judías a escapar.
Tras el final de la guerra, Brooks renunció a vivir con Natalie en París, pero su relación fue exclusiva hasta que, a mediados de los cincuenta, Barney conoció a Janine Lahovary, la esposa de un embajador rumano con la que comenzó una relación a tres bandas, pese a que ella le aseguraba en su correspondencia a Brooks que ella era la primera.
El salón literario que tanto éxito había tenido años atrás volvió a resurgir, y ahí se encontraron, de nuevo, las voces más brillantes de su generación, desde Truman Capote a Alice B. Toklas, quien se aficionó a acudir tras la muerte de su pareja, la escritora Gertrude Stein.
Y así siguió todo hasta que, en los sesenta, Brooks desarrolló una depresión que la alejó de Natalie definitivamente. Dejó de contestar a su correspondencia, y murió en 1970, un par de años antes que Natalie Clifford Barney. El legado de Natalie Clifford Barney ha permanecido relativamente oculto, con ciertos homenajes como el que en 2009 le rindieron en su ciudad de nacimiento, con el descubrimiento de una placa en su honor, la primera en la historia del estado de Ohio que hacía hincapié en la orientación sexual del homenajeado. A Natalie, seguro, le hubiera gustado.