El sábado pasado terminé de manera totalmente inesperada viendo Showgirls por primera vez en mi vida. ¿Es Showgirls una película de culto o una bazofia de proporciones bíblicas? Ni idea, sólo sé que de tan mala que es, resulta buenísima.
Es absurda. Horrorosa. Cutre. Hortera. Decadente. Inintencionadamente hilarante. Y tremendamente maravillosa precisamente por eso. Showgirls me causa una profunda fascinación. Es un cóctel en el que se mezcla a una exagerada y sexualizada Elizabeth Berkley como Nomi, una chica que escapa de su pasado y termina como stripper en Las Vegas mientras busca hacerse un hueco en el mundo del espectáculo, y que tanto te hace unos movimientos de cadera que, si valoráis las vuestras, no intentaréis imitar en casa, como da patadas giratorias según lo requiera la situación, un incesante desfile de tetas, un dramatismo omnipresente más propio de una telenovela venezolana que de Hollywood, horribles números de baile que, esta vez sí, cualquiera puede hacer en su casa con mejor resultado, mucha sensualidad low cost, y una total falta de consciencia de todo lo anterior.
Paul Verhoeven, director también de Instinto Básico, y Joe Eszterhas, el guionista, tenían en mente hacer un drama de los buenos, de esos que trascienden de la propia historia y se extrapola a cuestiones más universales, ya sabéis, de esos que pasan a los anales de la historia cinematográfica. A los anales de la historia cinematográfica Showgirls ha pasado, pero por todas las razones equivocadas: Por sus quince nominaciones a los Razzie, de las que, injustamente, sólo se ha llevado siete, por haber puesto punto y final a la carrera de todo aquel que participó en ella, y por ser una chapuza de principio a fin. Resulta increíble, y es lo que la hace alucinante, que alguien pensara que la gente estaría dispuesta a levantarse del sofá de su casa y pagar dinero, el que fuera, por verla.
Pero como con todo, hay quien considera Showgirls una película de culto por incomprendida y están dispuestos a defenderlo a capa y espada. Los #TeamPaul creen que era consciente en todo momento de lo que estaba haciendo, que hasta la interpretación de Nomi era deliberada y que su intención inicial era la de parodiar y satirizar… algo, aunque no saben muy bien el qué. Eve Sedgwick, una teorista queer, argumenta que es una metáfora sobre el armario y la homosexualidad. Nomi oculta un secreto que algunos comienzan a intuir. Conocer el armario implica que hay que estar o haber estado en él, por eso Sedgwick considera que todos aquellos que comienzan a sospechar eso que Nomi no quiere que se sepa es porque, a su manera, y de forma figurada, son como ella.
Sea una obra de arte o un truño, lo que está claro es que Showgirls es toda una experiencia. Vedla por vosotras mismas y juzgad.