Hace unas semanas salía la noticia de que habría un remake de Splash, aquella comedia de los 80 que consiguió una nominación a los Óscar en la que una rubísima sirena llamada Daryl Hannah se enamoraba de un jovencísimo Tom Hanks. La noticia más por el hecho del remake, en estos tiempos lo que sería realmente noticia sería que los estudios fuesen a hacer una película original, es por el gender-bending que se van a marcar. Jillian Bell encarnará el personaje de Tom Hanks y, la despampanante sirena, pasará a ser un tritón interpretado por el cachiman de Channing Tatum.
Y es entonces cuando se armó la marimorena. Todos aquellos que, hace unos meses, con el estreno de Las cazafantasmas, hicieron pública su postura contra los remakes innecesarios en pos de la integridad de la industria cinematográfica, volvieron a poner el grito en el cielo. Lo mismo ha sucedido con todos los que están preocupados por las pérdidas económicas que va a sufrir Hollywood con el gender-bending al que han sometido a Ocean’s Eleven, y por el declive al que se está dirigiendo sumido en una crisis de originalidad y creatividad. ¿No los oís protestar a los cuatro vientos? ¿Pidiendo, reclamando, suplicando hasta, día y noche, sin descanso, que paren de hacer semejantes sacrilegios contra obras maestras del séptimo arte? ¿Que respeten sus pobres infancias tan maltratadas en estos últimos tiempos porque están cansados ya de sufrir? ¿No? ¿Estáis seguras? ¿Pero de verdad que no oís nada? Pues normal, porque yo tampoco. Y eso es porque no han dicho ni pío. Que sorpresón, vaya. Si es que aún va a resultar que sólo protestan cuando las protagonistas son mujeres… Qué malpensada soy.