Amo y sólo amo al sexo más justo y, por lo tanto, amado por ellas a su vez, mi corazón se rebela de cualquier otro amor que no sea el de ellas
Existe una teoría entre los historiadores que se dedican a estudiar las relaciones entre personas del mismo género en los siglos XIX y anteriores que habla de que no podemos definir a las mujeres que tenían relaciones con otras mujeres como lesbianas, porque ellas no tenían esa noción de sí mismas. Se abrazaban, se besaban, compartían sus vidas, pero en realidad era una romantización de la amistad. De qué otro modo, si no era así, podían las mujeres tener relaciones sexuales en una sociedad tan moralmente represiva como la victoriana, en donde la misma Reina se negó a condenar las relaciones lésbicas bajo la premisa de que, literalmente, no podían existir. Así, las mujeres tenían relaciones con otras mujeres por causas sociales, y jamás por algo básico en el ser humano: el deseo.
Han corrido ríos de tinta sobre esto, y seguirán corriendo. Habrá quien diga que es arrojar una mirada contemporánea sobre el pasado, algo que casi siempre es un error, y quien defienda que porque no tuvieran conciencia de sí mismas como mujeres lesbianas, eso no quitaba para que lo fueran. Sea como sea, Anne Lister, nuestra protagonista de hoy, y sobre quien hemos leído un artículo académico realizado por la historiadora Anna Clark, tenía algo muy, pero que muy claro: ella amaba a las mujeres de una manera no sólo romántica, sino sexual. Y nos lo ha dicho ella misma a través de sus diarios.
Este código, basado en el griego, lo inventó durante su primera historia de amor, cuando era casi una niña. Fue con Eliza Raine, y más tarde con Mariana Belcomb, con quien usó este nuevo lenguaje para codificar sus cartas de amor, que habitualmente solía copiar en los diarios. En los márgenes delas páginas solía marcar con una cruz todas y cada una de las veces que esos encuentros con otras mujeres habían resultado en un orgasmo.
Las circunstancias económicas de Anne fueron determinantes a la hora de poder vivir con cierta libertad. Su padre era un rico terrateniente, y esto, en el siglo XIX podía significar que, si eras mujer, no tenías que buscar la manera de mantenerte, porque ya tenías tú el dinero. Aún con todo, sus tíos le estuvieron racaneando la herencia cuando murió su hermano, y ella narra con disgusto cómo no puede llevar el nivel de vida que le gustaría para ella, y también para sus amantes.
Anne fue formándose una identidad propia a través de los pocos relatos y realidades a los que podía acceder, en los que se hablaba de amor entre mujeres. Conocía a las Ladies of Langollen, Eleanor Butler y Sarah Ponsonby, una pareja de aristócratas que, ante la perspectiva de tener que casarse con hombres huyeron juntas y vivían como un matrimonio en la Irlanda del siglo XVIII. Leía relatos clásicos, y románticos, como los de Lord Byron, en los que el amor entre personas del mismo género era el tema principal, aunque a veces era demasiado sutil. De estos textos aprendió las palabras que más tarde usaría en su diario para describir sus relaciones, palabras tales como clítoris o tribadismo.
A menudo tenía que enfrentarse al conflicto de reconciliar a su fuerte creencia religiosa con sus deseos hacia otras mujeres. El mismo día que ella se masturbaba pensando en otra mujer leyendo al poeta latino Juvenal, escribía: “No hay consuelo pero Dios, oh, que mi corazón esté bien con él y entonces tenga al señor de la paz, ten piedad de mí y no me imponga justicia”.
Marianna, M en los diarios, inició la relación con Anne con 23 años, y esta continuó incluso tras casarse y convertirse en Mariana Lawton. A raíz de que el marido de Lawton le contagiara una enfermedad venérea, esta hizo lo propio con Anne, y esta dolencia le acompañaría toda su vida. Durante su relación con Marianna conoció en Paris a Maria Barlow, y finalmente a Ann Walker, una mujer con muchísimo dinero, con la que Lister compartió su vida hasta el final, con una ceremonia nupcial incluida.
Las dos Annes viajaron a Rusia en 1840, y la protagonista de nuestra historia contrajo unas fiebres que le causarían la muerte en el Caucaso. Su esposa, al parecer, perdió la cordura después de este suceso.
Normalmente se conoce a Anne Lister como ‘la primera lesbiana moderna’, y pese a que es un titular muy llamativo, puede intuirse que no es del todo cierto. Es, en todo caso, una de las primeras mujeres de las que tenemos documentadas sus relaciones, y la cantidad de parejas que tuvo nos puede dar una idea de la cierta libertad con la que podía vivirse en la época. Si tenéis curiosidad por leer los diarios, podéis consultarlos en este enlace.