Las chicas de la selección española de baloncesto lo han vuelto a hacer. Otra vez más. Las he visto ya subir a un podio y colgarse una medalla un buen puñado de veces, pero, la verdá, espero poder seguir haciéndolo por muchos años más porque es que no me canso. Living, me tienen estas señoras. L-i-v-i-n-g.
Fueron nueve días intensos los que se vivieron en Tenerife durante el Mundial. Desde el 22 de septiembre hasta el 31 de octubre, en la isla sólo se respiró baloncesto. Todo fueron nervios, tensión y una montaña rusa emocional de aúpa que ni el mejor de los bollodramas y que empezó con el primer encuentro contra Bélgica decidido en el último segundo, continuó con el pase a cuartos, luego a semis, y pasó por la (inmerecida) derrota contra el equipo de Liz Cambage.
Pero todo está bien si acaba bien y esta historia tiene un final feliz. Tras un partido por el tercer puesto contra una Bélgica a la que habrá que seguir de cerca porque cuidadito con ella en próximo Eurobasket, y tras cuatro cuartos con más sabor a final de Mundial que la verdadera final, que me vais a perdonar pero bien aburrida que fui con una Australia desinflada y un Estados Unidos que bueno, en fin, Xargay y compañía lograron el ansiado y merecidísimo bronce para dejarlo en casita. Y ya van seis medallas consecutivas y tres Mundiales estando entre las mejores. Yas. YAS.
Durante esta semana nos hicieron disfrutar del mejor baloncesto, pudismo ver lo bien que juegan cuando juegan bien, cómo no dan el partido por perdido hasta que no se de el pitido final. Nos recordaron lo mucho que nos gusta este deporte y por qué nos gusta, de lo importante que es el equipo, y pudimos ver que esto va más allá de esta generación, que las caras nuevas también vienen pisando fuerte y que esto no tiene por qué terminarse aquí. Pero lo más importante de todo es que tanto cuando juegan de maravilla como durante esas jugadas que te hacen llevarte las manos a la cabeza, con sus fallitos y sus cosis, yo no sé cómo lo hacen, pero siempre, siempre, ilusionan.