El 23 de octubre de 2013 se proyectó en los cines españoles La Vida de Adéle. Por aquellas fechas no teníamos ni idea de qué esperar de ella. Las críticas la tachaban de obra de arte, no en vano venía avalada por el Festival de Cannes, ni más ni menos. Magnífica. Maravillosa. Un retrato del amor puro. Pero, para ser sinceras, también venía acompañada de mucha polémica. Las actrices no se entendían con el director. La creadora de la novela gráfica en la que está basada la tachó de sexista, machista, se rio a mandíbula batiente de sus escenas de sexo. Y, claro… cuando te pasan una mochila tan cargada de información, como que ya no sabías con qué opinión quedarte. Así que servidora hizo lo que cualquiera haría: se plantó en el cine con su entrada y se sentó en la butaca intentando dejar de lado toda idea preconcebida sobre La Vida de Adéle.
De eso hace hoy un año, y he de decir que conozco a pocas lesbianas y bisexuales que no la hayan visto. Cuando la cinta de Kechiche se estrenó, hubo una peregrinación masiva a cines y webs de piratería de todo el mundo. No sé qué esperábamos encontrar en ella todo ese ejército de croquetas, pero tengo la sensación de que muchas (entre las que me incluyo) anhelábamos ver reflejadas en la pantalla nuestra manera de sentir, nuestra manera de entender el amor entre dos mujeres, y se nos olvidó que La Vida de Adéle es…simplemente una película. No es una guía sobre el amor entre mujeres. No es un panfleto de un colectivo LGBT. No es una enciclopedia que pretenda resumir, paso a paso, punto por punto, cómo es, exactamente, el amor lésbico, o las relaciones sexuales lésbicas. Es solo una película. Y quizá este fue el verdadero problema. Aquí es donde tal vez nacieron muchas decepciones, porque algunas de nosotras esperábamos encontrar en La Vida de Adéle un espejo que en el que vernos reflejadas y para mí esto es un error.
Es un error porque no podemos esperar que una manifestación artística, de la índole que sea, refleje detalladamente, punto por punto, nuestra manera de sentir. El colectivo LGBT se enorgullece siempre de ser un grupo formado por personas muy diversas, en el que hay muchas maneras de amar, de sentir, de vivir, de follar, de llorar, de respirar. Y por eso, desde mi humilde punto de vista, no podemos pretender que una película refleje a los cientos de personas que formamos parte de este colectivo cuyo pilar es, precisamente, esa diversidad. Necesitamos referentes, eso está claro, pero también necesitamos entender que muchas veces esos referentes no nos van a reflejar exactamente a nosotras.
Y a pesar de la cantidad de lesbianas que la han visto, solo hay una cosa en la que nos hemos puesto de acuerdo: todas tenemos una opinión muy marcada sobre La Vida de Adéle. Y… en muy pocas ocasiones se parece.
De eso sabemos mucho en HULEMS. Todos los artículos sobre La Vida de Adéle se han llenado de comentarios de lectorxs para todos los gustos. Furiosos. Encantados. Decepcionados. Maravillados. La película de Kechiche no ha dejado indiferente A NADIE. El colectivo LGBT reaccionó con La Vida de Adéle con la misma fuerza con la que se debatieron las salidas del armario de Ellen Page y de Sandra Barneda, o incluso más, porque toda la pasión que le faltaba a la cinta la pusieron las espectadoras. Pero realmente es lo esperable, y lo esperado. Cada mujer, en su maravilosa diferencia, se forma una opinión diferente de las cosas, incluída esta película.
De todos modos, la gran pregunta es ¿Dónde estamos ahora, un año después de La vida de Adèle? Cuando la cinta ganó la Palma de oro en Cannes muchas pensamos que una nueva era se abría en cuestiones de visibilidad. Es decir, una película que ya no es que tuviese como protagonista a una pareja lésbica, es que la cinta giraba en torno a su relación, había ganado uno de los premios más prestigiosos de la industria del cine. Eso tenía que significar algo: que estábamos avanzando, que esta sería la primera de muchas otras cintas comerciales, que empezábamos a salir del armario como colectivo visible en la gran pantalla. Pero, un año después, toda esa fantasía se ha esfumado. El posible legado que nos dejara La vida de Adèle ha sido una ilusión, porque no se ha plasmado en ningún tipo de avance. No ha existido el esperado boom de películas comerciales protagonizadas por lesbianas, ni se prevee que ocurra. Carol y Freeheld son la honrosa excepción de este año. En Francia, país de origen de la cinta, las tensiones sociales a causa de las adopciones por parejas homosexuales están más presentes que nunca. Y ni siquiera las actrices protagonistas están trabajando al ritmo que parecía hace justo un año.
Es decir: La vida de Adèle ha quedado como una anécdota más ya no del cine, sino del cine LGBT. El minuto de oro, la flor de un día del cine lésbico. No ha supuesto ningún cambio en la industria, y la mayoría la recordarán, tristemente, por sus escenas de sexo. Nada más. Atrás quedan los encendidos debates sobre si Kechiche expuso un punto de vista demasiado masculino sobre la cinta, o si ésta hubiese sido mejor llevada por una mujer, preferentemente lesbiana. De esas llamas sólo quedan hoy los rescoldos, y una cinta que prometía, pero para algunas se quedó en el camino.
Emma Mars y Marca de Fábrica