El Festival de Cine Lésbico, Gai, Bisexual y Transexual de Madrid está trayendo a la capital cintas de diferentes países del mundo que están formando un interesantísimo mosaico cultural como telón de fondo del festival. Sin duda una de estas enriquecedoras películas es Barash, la ópera prima de la directora Michal Vinik, rodada en hebreo y árabe, que nos acerca de una forma profunda pero sutil a los entresijos de la sociedad de Israel.
La actriz Sivan Noam Shimon debuta como la joven Naama Barash, una chica que bebe en exceso, fuma incluso más, le oculta un tatuaje a sus padres, no le hace ascos a ningún tipo de droga, garabatea aburrida en clase… y que tan solo tiene 17 años. Naama encuentra en sus rebeldes y continuas salidas al mundo exterior la vía de escape de una familia llena de discusiones. O quizá la directora Michal Vinik nos está contando sutilmente y entre líneas que el sistema lleva a Naama a vivir intensamente los últimos compases de su adolescencia: a partir de los 18 años es obligatorio el servicio militar en Israel (dos años para las chicas y tres para los chicos), como representa la hermana mayor de Naama, otra joven rebelde a la que a pesar de todo la mili no consigue enderezar y cuyas esporádicas desapariciones traen por la calle de la amargura a una familia con suficientes problemas.
Entre fiestas y excesos hará su aparición en el instituto Hershko (interpretada por la también debutante Jade Sakori), una chica que no frecuenta las clases y que en un primer momento parece completamente nueva en el centro. Hershko pronto se hará un hueco en el fiestero grupo de amigas de Naama, y también en el corazón de la joven. La historia de Naama y Hershko es suave, comenzando con un beso de esos inesperados que te dejan, sin saber por qué, con una sonrisa en los labios. La delicadeza de ese primer beso, o de la primera vez que se acuestan, contrasta profundamente con las bizarras fiestas en Tel Aviv que las dos jóvenes frecuentarán, plagadas de drogas y alcohol.
Mientras Naama va descubriendo poco a poco su sexualidad y el amor con Hershko, la tensión vuelve a llamar a la puerta de la familia Barash con una nueva desaparición de la hermana mayor del clan. Aunque la búsqueda del paradero de la joven tiene un papel principal a lo largo de la cinta, se convierte en una trama residual, porque lo importante es el trasfondo: la hermana de Naama está saliendo con un joven árabe y ha huido con él a una ciudad musulmana cercana a Tel Aviv. La inclusión de este personaje fantasma en la cinta supone un punto de inflexión en la evolución de Naama, que comienza tenuemente cuando declina las drogas que le ofrecen sus amigas o Hershko. El drama familiar que supone que la hermana de Naama salga con un árabe lleva a la joven a enfrentarse a su padre y abogar por que cada uno viva la vida como quiera. Defender a su hermana le vale una bofetada por parte de su progenitor, en un claro recordatorio de que la mala vida no se puede igualar al acto de rebeldía que supone llevar la contraria a un padre. Pero la bofetada no solo será física, también emocional: es en ese preciso momento cuando Naama cae en la cuenta de que está enamorada de Hershko y de que ella también necesita vivir la vida de la manera que de verdad quiere.
Naama corre a la casa de su primer amor y, con una inocencia que su personaje no nos tiene acostumbrado, le pregunta a Hershko si quiere ser su novia. La respuesta no es la que Naama se esperaba. En realidad, no hay respuesta, pero el silencio dice más que mil palabras y Naama comprende que Hershko solo quería pasar un buen rato con ella. A pesar del dolor del rechazo, la huella que deja Hershko en Naama es patente. No es la misma adolescente del principio de la cinta, ha madurado, y ya no esconde el yo que ha conseguido ser, que se plasma cuando deja al descubierto su tatuaje delante de sus padres. Aunque sus padres ni si quiera se dan cuenta, porque, en el fondo, tampoco conocen su historia con Hershko y todo lo que ha evolucionado interiormente la adolescente durante esos días.
Barash es una cinta cargada de sutilezas no solo del primer amor, también de la sociedad israelí, ese país convulso que supone un bastión para los homosexuales en Oriente Medio en el que, con todo, los extremismos religioso juegan en contra del colectivo LGBT. La ópera prima de Michal Vinik es una historia de amor inocente entre dos chiquillas en una región en eterno conflicto en la que es difícil arañar la superficie y encontrar cualquier tipo de inocencia. Una cinta completamente recomendable que hizo su debut en el Festival de San Sebastián y que volverá a proyectarse el sábado 7 de noviembre en el LesGaiCineMad.