Ahora que tengo vuestra atención, pasad, poneos cómodas, dejad que os cuente la historia de porqué la ópera cuenta con tantas lesbianas entre sus aficionadas.
Esta es la historia de los “papeles con calzones” o “pants/trousers/breeches roles”, como se denomina en inglés. Vamos, lo que viene a ser un papel travestido.
Veamos el porqué de este tipo de personaje y su evolución en los últimos 300 años.
Seguro que si nos ponemos a pensar en mujeres que se hayan metido en los pantalones de un personaje mas- culino, la primera que se nos viene a la mente es la genial Sarah Bernhardt, pero ésta no fue sino la última de las grandes actrices en llevar a escena una tradición que se remonta al 1600.
El travestismo en el teatro europeo no es algo extraño. La prohibición de que las mujeres actuasen llevó a que durante muchos años los papeles femeninos fuesen interpretados por chicos en el teatro isabelino, por ejemplo.
Y en España, el gusto por lo carnavalesco y lo histriónico del público del siglo de Oro, hizo que, aprovechando la coyuntura de estar representando una comedia, vistieran a las mujeres con los ceñidos y minúsculos pantaloncitos de los personajes adolescentes que interpretaban, con el único fin de erotizar su presencia en las tablas. No es lo mismo interpretar personajes femeninos tapados hasta la barbilla que sustituir las enaguas y refajos por las medias de licra de los masculinos, dónde va a parar.
Teniendo en cuenta el precedente sentado por el teatro renacentista, centrémonos ahora en la escena musical. En el caso de la ópera actual existen dos tipos de roles en travesti: los roles originariamente escritos para castrados, que tuvieron su apogeo durante el barroco y parte del clasicismo y los roles masculinos escritos para mujeres, también durante el clasicismo pero sobre todo durante el romanticismo. Hoy me voy a centrar en el primero de estos casos.
Irónicamente, el auge y declive de los castrati vino marcado por la Iglesia.
Vuestras mujeres callen en las congregaciones, porque no les es permitido hablar, sino que estén sujetas, como también la ley lo dice. Y si quieren aprender algo pregunten en casa a sus maridos, porque es indecoroso que una mujer hable en la congregación.
Corintios 14, 34-35
Bajo esta cita se escudó el papa Sixto V en el año 1589 para prohibir a las mujeres cantar en los coros eclesiásticos y, conviertiéndose éstos por su causa en coros infantiles, al ser la aguda y angelical voz de los niños la más apta para cantar las alabanzas divinas.
Pero la carrera de un niño cantor es corta, teniendo que ser reemplazados en cuanto llegaba la adolescencia, y la voz de los falsetistas -hombres sin castrar que tenían la habilidad de cantar en un registro de soprano- demasiado débil.
De este modo, los castrados se convirtieron en la mejor opción para sustituir las voces femeninas en los coros. Al ser emasculados antes del cambio de voz, sus cuerdas vocales frenaban su desarrollo, no así sus pulmones y diafragma, lo que les permitía cantar con la voz de un niño y la potencia de emisión de un adulto. No contento con esta medida, tanto Inocencio XI en 1656 como Clemente IX en 1668 emitieron sendos edictos donde a las mujeres se les prohibía no sólo cantar, sino también aprender música, y es que alguna que otra compositora había aparecido ya por ahí.
Así pues, la castración de jóvenes y prometedores cantantes fue, de acuerdo con la historia, mejor opción que enseñar a las mujeres y dejarlas cantar. Qué cosas.
[Dato curioso: La palabra conservatorio proviene de esta época, cuando los padres, desesperados por no poder mantener a sus tropecientos hijos en un siglo marcado por las guerras, enfermedades y hambrunas, vendían a aquellos que tenían aptitudes vocales a las escuelas de canto para que conservaran la voz.]
Por supuesto no todos los que sobrevivían al proceso desarrollaban una carrera como cantantes, pero aquellos que tenían la suerte de su lado se convirtieron en las superestrellas de la época.
Con el nacimiento de la ópera en el siglo XVII, las voces de los castrati llegaron a la música secular, y aquí fue donde realmente florecieron como cantantes.
La popularización de ópera extendió los cánones italianos por todo Europa (menos Francia). Los reyes los requerían como sus cantantes personales, los Papas llenaron las iglesias y catedrales con sus voces y los más grandes compositores escribieron sus mejores papeles pensando en ellos, cantando tanto roles masculinos como femeninos. Éstos últimos en los teatros de Roma, pues los edictos papales que prohibían a las mujeres cantar en la iglesia se hacían extensivos a los teatros de la ciudad.
Se convirtieron en los primmo uomo, auténticos divos capaces de rivalizar con las mayores y más capricho- sas sopranos de la época; los mejores compositores escribían los codiciados papeles del héroe protagonista exclusivamente para ellos, y la opera seria barroca, lo que vendría siendo el género de aventuras fantásticas en las películas de hoy día, les daba las herramientas necesarias para que brillasen sobre el escenario. Se enfundaron en la piel de grandes reyes, de emperadores, de villanos, de héroes, de dioses.
Castrati y sopranos dominaron la ópera barroca durante más de ciento cincuenta años.
Con el cambio de siglo y la llegada del clasicismo a la música de la mano de Glück y Mozart, los roles para castrato variaron significativamente. Nuevas voces llegaron para romper el monopolio erigido en torno a ellos. Los tenores, apenas usados con anterioridad, los bajos, y por supuesto las mezzosopranos, llegaron para quedarse.
Así, pasaron de ser los protagonistas absolutos de la historia a representar lo que hoy llamaríamos papeles de reparto; a ser el amigo, el hijo, el consejero del héroe. El declive de los castrati había comenzado, pero la semilla había sido plantada y el gusto del público moldeado.
Los castrados empezaban a desaparecer, pero la gente seguía demandando voces agudas sobre las tablas. De modo que se empezaron a escribir roles masculinos para mujer.
Uno de los más icónicos, el de Cherubino en Las bodas de Fígaro de Mozart, responde a este nuevo patrón. Cherubino es un adolescente, un chiquillo. No puede ser cantado por un hombre adulto, incluso aunque éste sea un castrado de voz excepcionalmente infantil. Una mujer puede más facilmente representar el físico de un chico. Un hombre adulto casi siempre parecerá un hombre adulto. Lo mismo pasa con Sífare, en Mitridate, o Annio, en La clemenza di Tito.
Pero al mismo tiempo que escribia estos roles secundarios para mujer, seguía escribiendo roles más protagónicos para castrati: Farnace, el hermano mayor de Sífare, Idamante, el hijo de Idomeneo en la ópera del mismo nombre, Sesto, el protagonista de facto de La clemenza, pese a Tito…
El concepto bromance lo empezaron Sesto y Annio en el s. XVIII
Así, durante el clasicismo coexistieron roles masculinos tanto para mujer como para castrato.
[Otro dato curioso: En la obra de teatro original de Beaumarchais en la que se basa la ópera, el personaje de Cherubino ya está escrito para mujer. Según palabras del autor, “una mujer jóven y muy bonita, pues no tenemos en nuestros teatros actores jóvenes preparados para percibir las sutilezas de tal personaje”]
Finalmente fue otro papa, Clemente XIV, el que le dió el carpetazo definitivo a la castración con fines artísticos en 1770, volviendo autorizar de paso a las mujeres a cantar en suelo sacro. Eso sí, la Iglesia fue la última en abandonar la práctica y el último hombre castrado para este propósito formó parte del coro de la Capilla Sixtina hasta mucho después de la abolición también en ésta, en 1903.
Bien, y hasta aquí la lección de historia. Tras esta pequeña introducción, vamos a lo que nos interesa de verdad.
¿Qué pasa a la hora de traer estos personajes de nuevo a la vida en nuestra época, libre ya de castrados?
Pues que nos encontramos con dos opciones. Por un lado, bajar la nota de la partitura una octava y contratar a un tenor (opción deleznable donde las haya, en opinión de una servidora, a no ser que el compositor hiciera lo propio y lo adaptara en su momento, y ni aún así…), usar un contratenor o falsetista (aunque no hay muchos, con lo que no es una solución permanente) o, lo que de verdad hace que palpite la patatilla en este blog, y contratar a una mujer -generalmente una mezzosoprano- y enfundarla en ropajes masculinos, lo que además de ser increíblemente atrayente, ofrece un sonido mucho más próximo a un castrado de la época.
Ironías de la vida, los castrati surgieron como reemplazo de las mujeres en las iglesias, y ahora son las mujeres quiénes los reemplazan a ellos.
Y es aquí donde empieza a haber tema.
Porque seamos honestas, a la hora de sentarnos tres horas, en una butaca esos pocos privilegiados que pueden permitírselo, o delante del ordenador las pobres de solemnidad como esta menda, ¿qué incentivo doblega más nuestra voluntad*: ver a un tenor y a una soprano poniéndose ojitos (como siempre) o arrebujarnos a disfrutar viendo cómo la mezzosoprano le pega unos cuantos achuchones a la soprano de turno?
Lo que yo pensaba.
Porque, y he aquí las ventajas de la era moderna, los directores escénicos de hoy día son terriblemente caprichosos, y del mismo modo que se curran una recreación histórica con instrumentos de época IMPRESIONANTE…
… que te plantan a Julio César en la India colonial…
Desgraciadamente, con el auge de los nuevos géneros, la ópera barroca cayó en el olvido durante cientos de años, y aunque ahora se esté recuperando (honrosas excepciones arriba dispuestas), los teatros siguen sin programar estos títulos más allá de algunos festivales o aniversarios solemnes. Lo cual es una lástima, ya que es un género muy divertido de ver.
Así que ya sabéis, si estáis pensando en acercaros al teatro de ópera más cercano a vuestra localidad, bien sea porque ya disfrutáis de forma regular de este centenario arte, o bien porque quereis iniciarios, paraos un momento a investigar la oferta, puede que suceda de pascuas en viernes, pero podríais llevaros alguna sorpresa en forma de mezzo con pantalones.
Y si no os he aburrido hasta secaros el cerebro, en una segunda entrega de frivolización operística profundizaremos en los roles creados a partir del bel canto y hasta nuestros días, y que más probablemente podáis llegar a ver en vuestro teatro local.
Bradamante.