Hace unos días se celebró el primer Día de las escritoras y que coincidirá, a partir de ahora, con el primer lunes después del 15 de octubre. La idea ha sido acogida en su mayoría con mucho entusiasmo, pero no han faltado voces que han puesto en duda que iniciativas como estas sigan siendo necesarias porque el machismo en la literatura es algo de otro tiempo.
Vivimos en un mundo en el que, antes de sacar a patadas a Elena Ferrante de su anonimato, se especuló sobre la posibilidad de que quien estuviera escribiendo tan maravillosos libros fuera en realidad un hombre (¿os imagináis el supuesto inverso?) y, ahora que queda claro que no lo es, se discute si su marido, un reputado escritor, no le habrá echado un cable a su esposa. Recordemos también que J. K. Rowling no pudo firmar Harry Potter con su nombre de pila, Joanne, porque los editores temían que los niños no quisieran leer algo escrito por una mujer.
Entonces, ¿hay machismo en la literatura? Hay machismo en la literatura.
A día de hoy ya no se trata tanto de discriminación a la hora de acceder al mercado editorial (aunque un poco sí y un poco más también según de qué género estemos hablando), sino más bien qué obras deciden cubrir de gloria y las que son relegadas a morirse del asco en un sótano porque no se consideran dignas de ningún honor. Los que mueven el cotarro y los todopoderosos críticos, literatos y académicos más reputados siguen siendo en su mayor medida hombres que se esfuerzan fuertecito por preservar el hábitat existente. Ese en el que una obra firmada por un hombre desprende cierto aura de valía y respetabilidad innata de la que no goza una escrita por un mujer. Y, si además esta tiene el descaro de que sus protagonistas sean féminas preocupadas por los problemas propios de su sexo, apaga y vámonos. Eso son “cosas de chicas”. Una pérdida de tiempo. No interesa.
Esto tiene sus consecuencias en los galardones, por ejemplo, donde son ellos los que siguen ganando de calle, en los libros de texto y materiales didáctios, que siguen siendo un campo de nabos, y en los medios de comunicación, donde son ellos los que tienen más exposición, más tiempo, más espacio, más todo. A su vez, esto se refleja en los lectores. En general, tienen más posibilidades de acercarse a un escritor que a una escritora. A él lo conocen, le viene recomendado, han leído sobre él el otro día en el periódico. A ellas hay que buscarlas. Escarbar entre las baldas. Hay que arriesgarse porque igual nunca has oído hablar de ella.
Es por eso que días como este pasado 17 de octubre son importantes. A las escritoras hay que visiblizarlas y reinvindicarlas. Están ahí y no valen menos que nadie, pero necesitan de nuestro empujón.