Hace 43 años (y un día, cof) que la Asociación de Psiquiatría de Estados Unidos, la APA, votó una cuestión que cambiaría la percepción social de la homosexualidad: ¿es una enfermedad mental o no lo es?
Que la homosexualidad (y, por extensión, la bisexualidad) se considerara una enfermedad mental tenía una consecuencia inmediata. Las enfermedades se diagnostican y se tratan, porque hay que curarlas. Con esta votación, la máxima entidad de psiquiatría a nivel mundial establecía que “la homosexualidad per se no implica discapacidad en el juicio, la estabilidad, confianza, o habilidades sociales o vocacionales. Es más: la APA urge a todas las asociaciones de salud mental a que tomen la iniciativa de eliminar el estigma de la enfermedad mental que ha sido tan largamente asociado con orientaciones homosexuales”.
Pero al eliminarse ese 15 de diciembre de 1973 de la lista, apareció el “Transtorno de la orientación sexual”, referido a personas que no se encontraban a gusto siendo LGBT. Con el tiempo, la quinta edición del DSM, publicada en 2013, dejo de considerarla una enfermedad. También el “Transtorno de la identidad de género”, referido a personas trans.
Por otra parte, en 1990 la Organización Mundial de la Salud dejaba de catalogar la homosexualidad como una enfermedad en la Clasificación internacional de enfermedades (CIE10), al ser su última revisión la correspondiente a 1990, todavía se considera una patología: en el apartado F66 se refiere a “Trastornos psicológicos y del comportamiento del desarrollo y orientación sexuales”.
Vía: APA