Hace unos días os contaba como lo que me estaba robando la vida, en forma de capsulita vespertina tomada religiosamente, era Sueños de libertad, la novela de Antena 3 que ha resultado ser un éxito no solamente en el corazón de las bolleras gracias a su trama Mafin sino en general en todos los medidores de audiencia. Uno de los elementos que hace tan guay seguir la historia es el debate posterior (y anterior, y durante, y…) que se produce en redes sociales, donde miles de personas exponen su opinión y sus teorías sobre a donde van a llevar los guionistas la relación entre Marta y Fina.
Para las que no estéis al tanto de los últimos avatares entre las dos mujeres, os diré que hace unos días, ya no sé deciros cuantos porque tengo el tiempo distorsionado gracias a moverme la mitad del tiempo en una fábrica de perfumes de 1958, Fina tomó una determinación: aceptaba estar con Marta a escondidas de todo el mundo, pero no podía soportar el quedarse con las migajas que le permitía su matrimonio. No podía más. Y, de momento, ahí acabó el idilio entre ellas dos y entre los guionistas y buena parte de la audiencia, que no está llevando nada bien el que no compartan escenas, el que su relación no siga palpablemente en escena y, en opinión de algunas, que las tramas de Marta y Fina por separado no sean coherentes y consistentes con los personajes.
Yo no soy guionista. Escribo regular y encadeno ideas de manera más o menos decente. Pero lo que sí he hecho en esta vida es ver mucha, mucha serie. Y he visto tramas que me hacían pensar si al que la escribía no le hubiera venido mejor justificar el cambio de personalidad con una lobotomía. He sufrido locuras como el que una mujer descubriera que su esposa estaba embarazada tras derrumbarse el techo del hospital en el que trabajaban ambas. He padecido muertes absurdas (RIP Lexa) que no tenían más justificación que la incapacidad de los escritores para seguir una trama en la que se habían metido casi por casualidad. Es por todo esto por lo que creo que, aunque no nos guste, la dinámica de los últimos episodios de los personajes de Marta y Fina es coherente con ellas dos y con algo muy relevante: la época.
Marta ha renunciado a sí misma
Nos lo ha dicho en varias ocasiones: Marta ha renunciado a sí misma y a todo lo que significa ser ella. Durante unas semanas se vio fuerte para vivir la vida que ella deseaba, aunque fuera de manera parcial, pero la vuelta de Jaime ha trastocado ese sueño, que se terminó de romper por acción de Fina, que fue quien puso punto y final. No se ve capaz de escapar de, como se ha mencionado en la serie en alguna ocasión, esa jaula de oro que supone ser muchas cosas y ninguna ella misma: esposa, hija de quien es, familia de quien es, gestora de la empresa que es. Todo cosas que no ha podido elegir, excepto una. Porque cuando se casó con Jaime sí lo hizo convencida, aunque el matrimonio no fuera como le habían contado.
El problema de Marta y Jaime es que Marta no es Marta. Hay algo que no entendemos desde la perspectiva de personas fuera del armario y/o personas del siglo XXI y es que cuando contrajeron matrimonio, a Marta ni se le pasaba por la cabeza que estar con otra mujer fuera siquiera una opción, y es por eso que su relación, un poco pocha, era justo lo que ella esperaba. ¿Cuantas de nuestras abuelas, bisabuelas, o incluso si tenemos una edad madres, han vivido en matrimonios no felices sino soportables, porque casarse era lo que había que hacer y ya está?
Jaime nos cae como el culo pero no somos Marta
Entiendo perfectamente la perplejidad de Jaime al volver a una persona que durante años ha sido de un modo y ahora, por razones que debe intuir pero no saber a ciencia cierta, está tirante con él. Pero es que lo que Jaime no sabe es que Marta no está enfadada con él: está rabiosa porque es el obstáculo para llegar a una felicidad que ha probado de manera testimonial, no porque él le haya hecho nada.
Por eso, porque él no sabe a qué se debe este cambio de 180 grados entre una esposa cariñosa sin más y una persona que no lo puede ni ver, es porque él está pidiendo cosas todo el rato, intentando arreglarlo: vamos a comer, vamos a pasear, vamos a tener un hijo si es lo que quieres.
Durante semanas Marta se ha resistido a todo esto porque veía una oportunidad de escaparse y estar con Fina. Pero después de que esta la dejara, la realidad pesa más: está sola. Siempre lo ha estado. Por eso se acerca a Jaime para pedirle compañía, porque al fin y al cabo, la suya es la que conoce. Y por eso se está planteando tener un hijo con él, porque al abandonar toda esperanza de volver con Fina, o incluso de estar con otra mujer, al menos tendría un proyecto en el que centrarse, alguien que quisiera y la quisiera incondicionalmente.
A Fina siempre la hemos visto en relación a otros
Fina no está saliendo tan apenas en pantalla, pero mi teoría es que siempre la hemos visto en relación a otros y pocas veces en tramas por sí misma. Cuando salía con Marta, sus tramas se centraban en esto, tanto con con su jefa como con sus amigas y su padre. Pero, y puedo estar equivocada, al margen de cuando la vemos siendo amiga y aconsejando… poco más sale en pantalla, si exceptuamos su más que dudosa labor en la tienda (¿les sale rentable tenerla? ¡Pero si gasta más perfume que vende!)
¡Bienvenidos a la España de 1958!
A veces tengo la sensación de que olvidamos nuestra historia con facilidad, y por nuestra, me refiero no solamente a la española, si es nuestro caso, sino a la de las personas LGBT. Sueños de libertad tiene lugar en 1958, en una España dominada por una dictadura muy rígida en muchos aspectos pero sobre todo en lo social.
En la serie han hecho varias alusiones a ‘la politico social’, o lo que es lo mismo, la Brigada politico social, la policía secreta del régimen dedicada no solo a reprimir a la oposición franquista sino a todos aquellos elementos que se salieran de los cauces establecidos por el mismo, y muy especialmente a los que se separaran del modelo de persona y familia. Te podían detener no solo si llevabas ‘un estilo de vida homosexual’, sino también si lo parecía. Marta y Fina se esconden no solo del disgusto familiar, se esconden del bochorno público, de la vergüenza social y también de la cárcel, el psiquiátrico y las condenas por reeducación. Casi nada.
Y, además, Marta no puede abandonar a su marido por Fina por casi los mismos motivos: hasta 1981, años después de la muerte del dictador, no es legalmente posible divorciarte de tu pareja. Pero las leyes del momento establecían, además, que el adulterio era punible con exilio o prisión, y mucho más para la mujer que para el hombre. Lo tiene todo en contra. ¿Cómo va a dejar a Jaime si su libertad corre peligro?
Soy la primera que no desea más que ver a estas dos en pantalla interactuar de la manera que sea, pero me da la sensación que pedimos peras al olmo. No puede ser que nos parezca que los guionistas están cayendo en clichés manidos, unos guionistas que nos han presentado a una mujer saliendo del armario con su padre ¡en 1958!, solamente porque nos estén mostrando a un personaje intentando ser razonablemente feliz cuando cree que todo está perdido. En mi opinión, y más tratándose de una serie diaria que tiene que rellenar 250 minutos semanales, si al primer contratiempo abandonamos el barco, las que salimos perdiendo somos nosotras: Marta y Fina tienen mucho todavía por ofrecernos.