Todas las naciones tienen un gobernante que marca su historia. George Washington, la Reina Victoria, los Reyes Católicos, el Rey Sol… En Suecia, una de las monarquías más antiguas del mundo, esa figura es la Reina Cristina, la mujer que fue Rey. Su padre, el Rey Gustavo, murió cuando ella era una niña, y desde ese mismo momento ella se convirtió en Reina, protegida por el canciller Oxenstierna, quien se convirtió en su mentor.
Pero pronto surgieron las disputas entre los dos, por una cuestión que preocupaba, y mucho, a la corte y a la nación: el matrimonio de la Reina. En las monarquías del siglo XVII los enlaces eran uniones entre países, y los hijos se convertían en garantía de que el gobierno duraría, al menos, una generación más. Pero Cristina, la mujer más poderosa de su país, se enfrentó a quien hizo falta para evitar desposarse. No le faltaron pretendientes: corre el rumor de que su primo Charles Gustav intentó persuadirla de que se casara con él, pero ella no dejaba de negarse a contraer matrimonio con un hombre. Y es que a Cristina le gustaban las mujeres.
La educación de Christina fue muy cuidada para cualquiera que viviera la época, y todavía más para una mujer. Estudió arte, filosofía, idiomas, incluidos hebreo y árabe, así como ballet para mejorar su gracia y aplomo. Es difícil pensar que disfrutó mucho de esto último, ya que siempre despreciaba las cosas “femeninas”. Probablemente prefería la esgrima, que aprendió junto con la equitación. Todo esto la moldeó hasta ser la persona en que se convirtió. Cuando cumplió 18 años, sucedieron dos cosas muy importantes en su vida. La primera, que comenzó a tener responsabilidades en el gobierno de Suecia, algo que realizó con bastante acierto en su vida adulta, dirigiendo al país en la Guerra de los treinta años primero, y modernizándolo después. La segunda, que conoció a su prima Ebba Sparre.
Ebba era muy hermosa, y Christina se enamoró inmediatamente de ella. La llamaba su “Belle”, y a menudo elogió su belleza con los diplomáticos que la visitaban. Las cartas que se han recuperado de Christina dejan en claro que su pasión por “La belle comtesse” fue más allá de lo platónico, aunque es difícil decir cuánto le correspondió Ebba a estos sentimientos, y como diría Cristina Domenech, cuánto se comieron la cara. Christina, que podía elegir no casarse, pero ya controlar lo que hicieran los demás lo tenía un poco más difícil, le eligió el marido a Ebba, asegurándose de que permanecería en la Corte.
Mucho se ha escrito sobre la relación de la Reina con su prima Ebba, y su historia se llevó al cine en 1933 de la mano de Greta Garbo, convirtiéndose en uno de sus papeles más celebrados. En 2015 se estrenó la película The Girl King dirigida por Mika Kaurismäki.
Christina tuvo otras dos doncellas favoritas: Jane Ruthven, hija de un noble escocés en el exilio, y Louise van der Nooth, la hijastra de un barón. Sin embargo, ninguno fue tan favorecido como Belle.
En 1654, la Reina presentó al Consejo su deseo de abdicar, por razones que no podía explicar. No se tiene certeza sobre cuales podrían ser esas razones, pero sí se sabe que Cristina se convirtió al catolicismo ese mismo año. El 6 de junio de 1654, en el castillo de Upsala, la reina se despojó de sus insignias reales, y cambiando el protocolo por el cual el heredero debía quitárselas, ella misma se las cedió a su primo, el que la cortejaba, que reinaría con el nombre de Carlos Gustavo X de Suecia.
Ella viviría unos años en Roma bajo el auspicio del Papa gracias a la pensión que le llegaba de su país, con la que financiaba en ocasiones expediciones arqueológicas, como la que descubrió las musas que se encuentran actualmente en el patio del Museo del Prado de Madrid. A su muerte, en 1689, no se cumplió su voluntad de ser en uno de los lugares más preciosos del mundo el Panteón de Agripa, en Roma, y su cuerpo fue sepultado en San Pedro del Vaticano, que es bonito igual, pero no es lo que ella había pedido.
Y esta es, a grandes rasgos, la vida de una de las monarcas más famosas de la Europa del Renacimiento, la que se encargó de introducir a su país en la era moderna, y la que hizo avanzar la vida cultural de Suecia atrayendo a la corte a grandes artistas y pensadores.
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