El veintiocho de junio es un día que todos los miembros de la comunidad LGBT tenemos muy, pero que muy presente. Es el día del año, obviando el de la gran manifestación que se realiza en la capital, en que nos hacemos más visibles, más presentes dentro de la sociedad. Los telediarios nos dedican unos minutos entre la noticia de que hace calor y la de que hay un video en YouTube de un perro conduciendo una moto, y parece que nos alegramos porque las redes sociales se llenan de banderas del arcoiris. Este año cobra una doble, o incluso una triple relevancia, porque venimos de celebrar la aprobación del matrimonio igualitario en Estados Unidos, y porque los ayuntamientos de España, tras la victoria de la izquierda en las elecciones municipales, se llenan de color, alegría y celebración. Es un ambiente diferente, más pleno, más alegre. Tenemos que estar contentos, por supuesto que si.
Hemos hecho una serie de logros, entre todos, que nos llevan a estar en una posición que parece a años luz de la de haces unas décadas. En España, somos ciudadanos de pleno derecho desde hace diez años, cuando se aprobó la ley de matrimonios igualitarios, una ley necesaria por lo justa de la misma. Diez años no es tanto, pero nos ha dado tiempo de mucho. Nos hemos metido hasta el fondo en las instituciones públicas, con representantes políticos LGBT visibles en prácticamente todas las esferas. Lo mismo en la empresa privada, donde grandes profesionales no tienen inconveniente en hablar de su orientación sexual, haciendo patente lo que nosotros ya sabíamos, que ser gay, lesbiana, bisexual, transgénero, no significa nada más que lo que significa. Que tiene la importancia en determinados aspectos que queramos darle.
Entonces, allá va mi pregunta. ¿Seguimos necesitando un día del Orgullo LGBT?
Mi respuesta es el sí más rotundo que puedo dar. Sí, sí, sí. Lo seguimos necesitando por tantos motivos que no sé ni por donde empezar. Podría hablar de que la igualdad ante la ley no es lo mismo de la igualdad social. Podría hablar de la polémica que suscita que un ayuntamiento cuelgue una bandera como la arcoíris, una bandera pro igualdad, y que sin embargo cuando ondea la de un equipo de fútbol nadie se escandalice. Podría hablar de que seguimos necesitando una visibilidad aún mayor de la que tenemos, porque toda es poca y los prejuicios rampan sin pudor. Podría hablar de cómo me preguntaron hace cosa de un mes si ser lesbiana es sentirse hombre, en pleno 2015. O de cómo pica el tema de la pluma. O de los “yo tengo muchos amigos gays”. O de los “a mi me gustan las lesbianas, pero los maricones no”. O de programas de televisión cutres que se marcan un guión a nuestra costa. O de cómo aparecen listas de celebridades LGBT influyentes que incluyen una mayoría aplastante de hombres, olvidando por completo la lucha de las mujeres, tan necesaria y tan importante.
Podría hablar de tantas y tantas razones por las que todavía es necesario salir a la calle, a gritar que estamos aquí, pese a quien pese, que fundiría el ordenador antes de terminar.
Pero creo que la razón más importante por la que debemos seguir celebrando el Orgullo LGBT es, simple y llanamente, porque podemos. Hoy hace 46 años que un grupo de homosexuales plantaron cara al acoso policial en un pequeño bar. Estaban hartos de que no les dejaran vivir. Tenemos una obligación moral con aquellas personas, que han hecho que hoy podamos salir por la calle de la mano con nuestra novia, con nuestra esposa, que podamos trabajar en lo que queramos (o podamos), que ser LGBT no sea nada más que otra capa más de nosotros, que sería una profunda deslealtad para con ellos si no lo hiciéramos. Podemos salir a la calle a celebrar por todo lo alto porque otros vinieron antes a luchar por nosotros. Y eso no podemos olvidarlo.
Por eso, porque podemos, y por los que todavía no pueden: Hazte visible. Disfruta de tu libertad.