Me pasa con las películas de Isabel Coixet que sus títulos se me graban en la memoria como un tatuaje con reverberaciones casi clónicas. Así, últimamente salpican mi estado semiconsciente títulos como Cosas que nunca te dije o Mi vida sin mí, y mi mente no para de repetirme imitaciones de esos títulos para aplicarlas a mi propia vida.
Finalmente, el título ganador es “Mi vida en un tren”. No tiene el gancho de los de Coixet, pero cumple eficazmente una función descriptiva. Resulta que, estos días, tomo el tren diariamente y paso varias horas así, en tránsito de un punto a otro. Pero no es solamente un tránsito físico, geográfico, el que me aqueja, sino una sensación más profunda de estar en movimiento. ¿No sentís vosotras eso mismo los meses de verano, como si el propio verano fuera un tren que nos llevara de junio a septiembre?
Os pido disculpas, por otro lado, por someteros a estas divagaciones en vez de seguir la línea de mis anteriores artículos y centrarme en un tema en concreto. ¿Pero no pide justamente eso el verano? ¿Una divagación? ¿No es sino un ir avanzando sin mirar atrás, como esos amores que llegan y se van, como las olas que te mojan los pies y cuyo rastro desaparece casi al instante?
Temas para el artículo, desde luego, no faltan. Podría explicaros, hablando de Coixet, que ella es uno de los directores participantes en un proyecto impulsado por el Ayuntamiento de Barcelona para crear una serie de cortometrajes destinados a combatir la LGTBfobia en el entorno escolar. El proyecto se llama “Diversidad en corto” y ha podido verse en el festival de cine LGTB Fire!!, que se clausuró el pasado 10 de julio. Precisamente el festival ha otorgado el premio al mejor largometraje a la película francesa La Belle Saison, que explica el enamoramiento entre dos mujeres que proceden de entornos sociales dispares y que en su versión castellana se ha traducido como Un amor de verano, mira tú por dónde.
Y es que todo nos lleva a lo mismo. El verano es ese período de tránsito que nos conduce desde el punto en que dejamos nuestras vidas hasta el septiembre en que las retomemos de nuevo (quizá). Lo bueno de ese tránsito es que nos permite reinventarnos momentáneamente: ser otras. Lo malo es que tamaña facilidad para dejar atrás todo lo ocurrido, como una chancla olvidada en las vías del tren, conlleva el riesgo de que pasemos por alto ciertas atrocidades que siguen sucediendo a nuestro alrededor y que cada vez estrechan más el círculo. Porque… ¿qué fue aquello que ocurrió en julio? Nada, un amor de verano, una violación de verano, una atentado de verano…
Isabel Coixet ha titulado su cortometraje para el proyecto “Diversidad en corto” como Normal. Y ese “normal” tiene el mismo poder de arma de doble filo que el verano en sí. Porque tan inofensivo puede ser “normal” como acusador cuando, al usar ese adjetivo, calificas indirectamente como “anormal” a todo aquello que no está cortado por el mismo patrón. Y porque “normalizar” puede ser positivo, pero también aterrador en función de los actos y actitudes que normalices, entendiendo por normalizar la misma acción que llevamos a cabo cuando, desde la ventanilla del tren, permitimos que el paisaje discurra ante nuestros ojos sin inmutarnos siquiera.
En fin, espero que cojáis muchos trenes este verano, que retengáis los paisajes en la retina y que probéis a ser otras sin dejar de ser vosotras mismas. Y no me negaréis, por cierto, que Coixet es una maestra de los títulos.