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La mujer en el cine (I): un poco de historia

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Audrey Hepburn, Marilyn Monroe, Cate Blanchett… Penélope Cruz, Paz Vega, Rossy de Palma… Todas ellas caras femeninas que se asocian fácilmente, a nivel internacional y nacional, al mundo del cine. Pero, ¿qué pasa detrás de los focos cuando el rodaje comienza al grito de “¡Acción!”? ¿Cuál es la presencia de la mujer en la industria del cine entre bambalinas, más allá de los rostros de intérpretes reconocibles por todo el mundo? 

Los datos no avalan que haya igualdad entre hombres y mujeres en el sector del séptimo arte. De hecho, las estadísticas detrás de las cámaras sugieren lo contrario: en España la “¡Acción!” en el cine la marca una voz masculina en el 71% de los casos, y en Estados Unidos la cifra asciende hasta el 91%. Y cuando los créditos de una película empiezan a desfilar, con la sala ya oscura y vacía, de todos los nombres que se plasman en la pantalla, de toda la gente empleada en los oficios necesarios para que la palabra cine se materialice en esa sala, ellas, las mujeres, representarán en España un 26% de los nombres de crédito, y en Estados Unidos alrededor de un 19%.

El 22 de marzo de 1895 los hermanos Lumière presentaron una demostración de su “cinematógrafo”, una cámara de cine de 35 milímetros, en la Société d’encouragement pour l’industrie nationale à Paris. Y aunque no sería hasta el 28 de diciembre de ese mismo año cuando los Lumière hicieron una proyección pública de su innovador artilugio, punto consensuado de partida de la aparición del cine, en esa cita de marzo ya habría empezado a escribirse la historia de un arte que revolucionaría la cultura irremediablemente.

Entre los presentes aquel día de principios de primavera se encontraba una joven Alice Guy (Saint-Mandé, Francia, 1873) que, con 21 años, pensó que con la maquinaria de los Lumière “podría hacerse algo mejor”  que aquellas demostraciones centradas en el embelesador movimiento –principal motivación en aquellos albores de lo que acabaría siendo el séptimo arte: una sucesión de imágenes que plasmaban cuerpos y objetos moviéndose como si de magia se tratase–, que dejaban al público estupefacto cuando un tren parecía que iba a cobrar vida.

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Alice Guy

Guy, que en aquel momento trabajaba como secretaria en la compañía de fotografía Felix Richard, le hizo una valiente propuesta a su jefe, León Gaumont, presente en la demostración del cinematógrafo y segundo al mando de la empresa, que acabaría adquiriendo en julio de 1895.

Armándome de valor, le propuse tímidamente a Gaumont que podría escribir una o dos escenitas y hacer que unos cuantos amigos actuaran en ellas. Si el desarrollo futuro de las películas hubiera podido preverse en ese momento, nunca habría conseguido su consentimiento. Mi juventud, mi inexperiencia, mi sexo, todo conspiraba contra mí. Pero sí recibí el permiso, con la condición expresa de que no afectaría a mis tareas de secretaria

En un contexto que, como la propia Guy reconocía, no le era favorable, Gaumont le dio el visto bueno a la joven francesa y le permitió escribir “una o dos escenitas”. Y, posiblemente sin vaticinarlo, le dio la llave a la que al año siguiente, en 1896, se convertiría en la primera persona en dirigir cine de la historia, y en la madre del cine narrativo y de lo que hoy se conoce como “ficción”. Guy sentaría en el año 96 la base de la narración cinematográfica con La Fée aux choux –“El hada de las coles”–, el primero de los más de mil títulos que dirigió, produjo y escribió la primera cineasta de la historia.

La joven francesa se adelantó así a pioneras del cine contemporáneas a ella, como las estadounidenses Dorothy Arzner, “la reina de Hollywood”, o Lois Weber, la primera mujer en dirigir un largometraje, El mercader de Venecia en 1914, y a quien la propia Guy había contratado antes como actriz en su estudio de Estados Unidos, para más tarde darle la oportunidad de dirigir ella misma las conocidas como “fonoescenas”.

En la más modesta industria española, Helena Cortesina, la primera directora de España, no rodaría el film Flor de España, también conocido como La leyenda de un torero, hasta 1923. Elena Jordi, su rival en situarse en los libros de historia como la primera cineasta de España, rodó en 1918 Thais, un film mudo que se ha perdido con el paso del tiempo.

Todas ellas fueron mujeres que, a pesar del embrionario y experimental sector cinematográfico,  desarrollaron una carrera audiovisual cuando todavía no podía intuirse la importancia que tendría ese concepto en la cultura, en muchos casos iniciándose como actrices y, una vez dieron el salto para trabajar detrás de la cámara, sin dejar de lado esa faceta de intérpretes.

Y también fueron pioneras en el cine cuando ni si quiera los derechos de las mujeres les otorgaban la condición de ciudadanas per se: Nueva Zelanda había sentado la primera piedra legalizando el sufragio femenino en 1893, tan solo dos años antes de que Guy asistiese a la presentación del cinematógrafo. Ese derecho no llegaría a otros países como Estados Unidos hasta 1920 (las mujeres no blancas tuvieron que esperar hasta 1965), y a la Francia natal de Guy lo haría en 1944, cincuenta años después de El hada de las coles.

En España, las mujeres ejercieron el derecho por primera vez en 1933; tres años después volverían a ir a las urnas, aunque tras la guerra civil y la consiguiente dictadura franquista no pudieron votar libremente hasta los comicios democráticos de 1977.

Con circunstancias adversas para la mujer, Alice Guy consiguió crear su propia compañía de cine en Nueva York, Solax, en 1910, después de trasladarse en 1907 por petición de Gaumont a Estados Unidos con su marido, Herbert Blaché. Las primeras películas de Solax fueron melodramas y western que tuvieron tanto éxito que obligaron a la cineasta a comprar otro estudio en Nueva Jersey que se dice que costó más de 100.000 dólares. Guy, que recibiría en 1955 la Legión de Honor, la máxima condecoración no militar de Francia, realizó durante su extensa carrera una docena de largometrajes, y fue pionera, también, en el desarrollo del cine sonoro.

Guy acabó sus días en 1968, a los 95 años, en una residencia de Nueva Jersey, sin haber podido documentar ni recuperar para sus memorias todas las cintas que había elaborado, de una u otra forma, a lo largo de su vida. Actualmente se conservan alrededor de cien títulos de una mujer a la que la historia le ha costado posicionarla como una de las madres fundadoras por derecho propio del cine, siempre con la sombra de la autoría de sus películas creando claroscuros en su carrera y en su legado en una industria cultural “masculinizada”. En muchas ocasiones, fue su marido quien se llevó el crédito de sus producciones.

El nombre de Alice Guy no acompaña al de Auguste y Louis Lumiére en el Paseo de la Fama de Hollywood, aunque sí perduran en el asfalto californiano las estrellas de Lois Weber y Dorothy Arzner. A pesar de haber sido la primera persona en dirigir cine, tendrían que pasar casi diez años desde su muerte para que la primera realizadora fuese nominada a un Óscar, Lina Wetmüller en 1976 por Pasqualino Settebellezze. Y 120 años después de que Guy pusiese la primera piedra de la ficción con El hada de las coles, en su Francia natal el 25% de los directores son mujeres, y como pasa en Estados Unidos y en España, no hay paridad en la ocupación entre hombres y mujeres en la industria.

Continuará…

 

NOTA: En la línea del tiempo de este artículo solo se nombra a las mujeres que fueron nominadas por primera vez y/o ganaron en alguna de las categorías de los premios Óscar y Goya. No se hace referencia a todas las mujeres cineastas galardonadas en ambos premios.

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