Esta temporada de American Horror Story, de la que sólo llevamos dos episodios emitidos, está resultando infinitamente más perturbadora que cualquiera de las anteriores, y todo se lo debemos a su dosis de realidad. Veréis: personalmente, creo que tengo pocas probabilidades de acabar en una casa encantada, o de que un circo de freaks llegue a mi ciudad, con la consiguiente ola de crímenes que en la serie va asociada a ello. Pero no puedo estar tan segura de que el vecindario se volverá en mi contra o murmurará sobre mis decisiones vitales, o de que personas cercanas o no tan cercanas me hagan daño. La diferencia es sustancial. Y Murphy lo sabe, y lo maneja con gracia.
En el episodio del martes, nos encontramos con una Ally (Sarah Paulson) completamente quebrada tras descubrir un cuerpo en el restaurante que tiene con su mujer. Es entonces cuando su psiquiatra le recomienda que comience a tomar medicación para superar no sólo eso, sino todas las fobias y visiones que padecía con anterioridad y que le estaban haciendo la vida muy cuesta arriba. Winter (Billie Lourd) lo sabe. Sabe que está medicada, frágil, y pese a todo, decide que es buen momento para intentar seducirla, en una escena que me provocó muchísima incomodidad como espectadora.
Afortunadamente (es un decir) el corte de luz rompe la escena, y nosotras suspiramos aliviadas por no terminar de ver lo que estábamos presenciando. Cult nos va a horrorizar, ya lo está haciendo, por cosas como estas. Por la cercanía, por la posibilidad, por la realidad.