Entre 1885 y 1886, Henry James, uno de los escritores más aclamados de la literatura universal, publicaba Las Bostonianas por fascículos. De este se dice que es el primer libro publicado que hace alusión a una relación entre dos mujeres, y se lee a modo de sátira del movimiento sufragista que comenzaba a coger fuerza por aquel entonces. Aunque los principales ataques se dirigen contra las feministas, a decir verdad, todos reciben palos, y resulta sorprendente descubrir un sentido del humor que nunca me imaginé que pudiera albergar el viejo de Henry.
Pero hoy no vengo aquí a hablar de Las bostonianas como novela, sino de sus protagonistas y lo que supusieron para la historia. Ellas son Olive, sufragista y, con toda probabilidad lesbiana, aunque esto nunca se explicita, y Verena, una joven con el don de la oratoria que empieza a sentirse atraída por el movimiento y a quien Olive acoge como pupila y con quien mantiene lo que entrevemos que es una relación cuando comienzan a vivir juntas. Todo esto es subtexto, claro. Siglo XIX, recordemos. El caso es que esta novela acuñó el término de “matrimonio bostoniano”, nombre que recibían las uniones de dos mujeres casadas que vivían juntas.
No todas las mujeres podían permitirse la posibilidad de vivir de esta manera. La mayoría necesitaban casarse con un hombre para poder mantenerse, da igual que hubieran preferido compartir su vida con una mujer o no. Pero Boston era una ciudad llena de mujeres independientes y privilegiadas que sí podían acceder a esa alternativa, a constituir uniones de mujeres que sentían que conectaban mejor entre ellas y se ofrecían apoyo mutuo frente a una sociedad que, aunque no entendía sus decisiones, no se escandalizaba por ellas. Las veía como castas e inocentes, a pesar de que algunas se mandaban pasionales cartas que ríete tú del sexting, porque las mujeres eran concebidas como seres no sexuales, además, ¿cómo podían hacerlo dos mujeres juntas? ¿Sin un hombre? Pamplinas.
Algunos de estos matrimonios bostonianos, sin embargo, sí que eran ajenos a una relación sexual y romántica entre ambas partes. Muchas mujeres decidieron vivir con otras sólo para poder tener una carrera profesional que no hubieran podido haber alcanzado de haberse casado, pero a otras sí que las unía un vínculo sentimental, como ha sido el caso de Alice James, la hermana de Henry y quien se dice que sirvió de inspiración para la relación de Olive y Verena. Alice, escritora olvidada por su condición de mujer, mantuvo una larga relación con una profesora de historia que todos sus allegados equiparaban a un matrimonio.
Pero, sin duda, es la relación de Sarah Orne Jewett, escritora de La tierra de los abetos puntiagudos, sobre la que más se ha ecrito. Jewett nunca se casó, pero sí mantuvo una relación que duraría hasta el último de sus días con Annie Adams Fields tras la muerte del marido de esta. Si eran o no lesbianas nunca lo sabremos con seguridad, pero sí sabemos que viajaron juntas, viajaron por Europa y hasta se pusieron motes cariñosos, algo que se quiso censurar cuando se publicaron los escritos de Jewett para que no fuéramos a hacernos la idea equivocada sobre ella.
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