Cuando se estrenó El Embarcadero, hace más o menos un año, me acerqué a ella por esa promesa de mix entre True Detective y La Isla Mínima, aderezado con la vida tranquila de la albufera valenciana. Con el tiempo he descubierto que me gustan las series que sé donde están situadas, qué le voy a hacer. La historia tenía los ingredientes necesarios como para tenerme pegada a la pantalla los ocho episodios, y lo consiguió. Quería saber qué había pasado con Oscar, pese a que al principio me importara un pepino. Quería saber cómo iban a desenredar la madeja. Pero, sobre todo, quería saber qué iba a pasar con Alejandra y con Verónica, esas dos mujeres con un mismo destino.
*A partir de aquí, espoilers*
Tengo un ojo croqueta la verdad que bastante lamentable, porque siempre me pueden las ganas a la evidencia y la mitad de veces shippeo antes de saber nada, pero con cada episodio iba pensando más y más que sí, que entre estas dos mujeres había algo. En principio, el aferrarse a un recuerdo. Pero eso dio lugar, en los últimos instantes de la temporada, a algo más, aunque no lo supimos inmediatamente.
Con sinceridad: yo pensaba que la cosa iba a quedar en un polvo entre las dos, una especie de queerbaiting chusco que no llegaría a nada. Pero cual fue mi alegría cuando por redes leí a alguien reclamando más atención hacia esta pareja de chicas. ¿Era posible que los guionistas hubieran seguido adelante con su relación? Pues sí, había sucedido.
La segunda temporada, desde mi punto de vista, se salva por las idas y venidas entre ellas, porque el guión general flojea en comparación con la muy buena primera tanda. Pero jo, es que la historia de las dos es muy chula. O será que estoy sensible, no lo sé. Pero El Embarcadero nos ha dejado una de las historias de amor entre dos mujeres más recomendables de los últimos tiempos en nuestro país, y no puedo más que recomendarla con la fuerza de los mares. La tienes disponible en Movistar plus. De verdad, merece la pena.