Con el estallido de las plataformas de streaming, la manera de hacer series ha cambiado sustancialmente y no solamente en las temáticas sino en los formatos. Ahora, lo más habitual no son las temporadas de 22 episodios que permitían que las tramas se desarrollaran a fuego lento, e incluso que se pudieran permitir alguna excentricidad, sino las cortas estilo Netflix, con diez entregas de 50 minutos por temporada, pim, pam, pum.
Entrevías es una mezcla de ambas cosas,y seguramente no la mejor mezcla. En sus tres temporadas de seis episodios, la última se estrena hoy en Netflix, la serie cuenta la historia de Tirso, un ex militar con malas pulgas y un sentido del honor bastante marcado que se niega a ver cómo su barrio se degrada por culpa de la droga, la especulación urbanística y la dejadez de las instituciones y decide tomar cartas en el asunto. Junto a él vemos a su nieta, a la que no entiende ni tiene muchas ganas, a sus hijos, con los que no se habla, y un par de personajes que aparecen en el barrio y a los que él recibe con *busca una expresión que sea absolutamente lo contrario de con los brazos abiertos pero no le sale*.
Pero ¿y qué hacemos viendo esto si no nos pega NADA? Pues porque internet es hondo e insistente, y a partir de la segunda temporada Jimena, la hija de Tirso, tiene una relación con otra mujer. ¿está bien desarrollada? No. ¿Sirve para que la trama avance? No. ¿Supone un cambio en la manera de pensar de algún personaje? No. ¿Estamos enganchadas como si fuese heroína de la que venden en Entrevías? Absolutamente.
Si estuviéramos en 2005 y la productora de Entrevías no fuera Mediterráneo sino Estudios Picasso, la historia de Tirso, su barrio y su familia habría tenido más tiempo para macerarse, pero las cosas son como son, y en lugar de una historia desarrollada con calma tenemos la serie de los trescientos cambios de opinión diarios de Papá rabioso y las rápidas, rápidas aventuras de su hija lesbiana. Pero, oye, que a veces una no puede elegir lo que le sube.