
Andrea Gibson, poeta, performer, referente absoluto del spoken word queer, ha muerto. Tenía 49 años y llevaba cuatro peleando contra un cáncer de ovario. Y aunque la frase “ha muerto” nos suene más a obituario de periódico que a otra cosa, lo cierto es que se ha ido alguien que ha sido muchas cosas para muchas personas. Especialmente para las bolleras. Especialmente para quienes un día pensaron: ‘no hay poema que pueda decir esto que me pasa’, y se encontraron con uno suyo que lo decía mejor de lo que jamás podrían haber imaginado.
Andrea (they/them, por si alguien se lo pregunta) llevaba más de dos décadas desafiando lo que entendemos por poesía. O por dolor. O por género. En sus textos hablaba de amor, de política, de salud mental, de identidad, de duelo, de perros (muchos perros), de belleza, de rabia, de lo que significa existir cuando tu existencia es, desde el principio, una declaración. Y lo hacía con una mezcla rara de honestidad brutal y ternura absoluta que nos dejaba un poco noqueadas, pero agradecidas.
Publicó siete libros, entre ellos You Better Be Lightning y Lord of the Butterflies, que si no los has leído, no sé a qué estás esperando. También grabó álbumes, llenó teatros y ganó slams de poesía a lo bestia. En 2023, Colorado les dio el título de poeta laureado del estado, algo que probablemente hizo que un par de señores blancos conservadores se atragantaran con el café, y eso siempre está bien.
Desde que anunció su diagnóstico en 2021, Andrea no dejó de escribir, ni de vivir. Ni de contarlo todo, con esa mezcla de humor seco, profundidad espiritual y estética de camiseta negra con mensaje. Su último poema, Love Letter from the Afterlife, es tan bonito que te deja callada. Y eso que es sobre la muerte.
En otoño se estrena un documental sobre su vida en Apple TV+, Come See Me in the Good Light, dirigido por Ryan White. Sale Brandi Carlile. Sale Sara Bareilles. Sale Andrea, como siempre, diciendo cosas que hacen que te quieras tatuar una línea nueva cada diez minutos.
¿Y ahora qué? Pues ahora seguimos leyéndole. Escuchándole. Recomendando su poesía a esa amiga que no levanta cabeza, a ese ex que aún te duele, o a ti misma, un martes cualquiera que necesitas que alguien te diga que estás viva, aunque duela. Andrea Gibson no era una influencer, ni una gurú, ni una santa. Era una persona queer que escribía desde las tripas, y eso, en este mundo, ya es poco menos que un milagro.
Via: NYT