Precedida de una merecida polémica (aunque, me temo, sólo en círculos reducidos, lo que daría para hablar bastante rato), hace un par de semanas llegó a las cuentas de Netflix de todo el mundo La casa de las flores. La serie mexicana se ha convertido en trending topic ya no en redes sociales, sino en la vida misma, y la verdad que no es para menos: la historia de la familia De la Mora es, con diferencia, de lo mejor del verano. Nosotras la hemos visto y, bajo nuestro punto de vista, hay tres aciertos y un gran error en la serie.
*Ojo, a partir de aquí, espoilers*
Aciertos: El tono telenovelesco
Dice Victor M. González en su artículo de GQ que “El culebrón latinoamericano está en el ADN de la generación millennial”, y no puedo estar más de acuerdo. El efecto nostálgico que tiene recuperar aquello con lo que has crecido es poderosísimo, y nada nos gusta más a los seres humanos que regocijarnos en esa nostalgia y retorcerla hasta darle el punto justo que nos gusta. En eso La casa de las flores ha acertado de pleno, tanto en historia como en tono. Nadie puede resistirse cuando le cuentan la historia de una familia que, en apariencia perfecta, empieza a desmoronarse y a descubrirse con, nada más y nada menos y en un homenaje delicioso a Mujeres desesperadas, un suicidio como punto de partida.
En las telenovelas todo es más. El drama es máximo. Los amores, locos. Las familias, o muy ricas o muy pobres. Y las historias, tan over the top que, aunque en la vida real haya familias con secretos y tramas mucho más inverosímiles, nos dan el punto justo que queremos ver. La casa de las flores desvela casi todas sus cartas en el primer episodio, con, por ejemplo, la revelación de que el patriarca ha tenido otra familia durante años, que la hija pequeña va a casarse con un chico negro, que el hijo tiene novia… y novio, y que hay un cadáver en la florería, símbolo del estatus de clase de la familia. Pero no son las únicas, y a lo largo de la temporada todo da muchas más vueltas de rosca.
Pau li na De la Mo ra
La hija mayor de los De la Mora es, con todo y con mucho, lo mejor de la serie. Su trama personal, que entremezcla ADN con sentirse heredera de los negocios familiares, así como el ser confesora de los secretos de su padre a la vez que se siente culpable por sus errores en su matrimonio, hacen de ella un personaje complejo, y en el que vamos percibiendo un cambio brutal a lo largo de la temporada. Su interpretación al micrófono en el funeral es tan, pero tan graciosa, que prácticamente con eso estaría en el top de mejores cosas, junto a su “sa lu da me al ca cas”.
Pero Paulina nos ha ganado, principalmente, porque nos ha demostrado que las personas pueden cambiar, y cambiar para mejor. La trama con María José, que parte desde el resentimiento, culmina con una segunda oportunidad para el matrimonio, y es una historia que merece la pena seguir.
It gets better, pero de verdad
La familia del primer episodio no tiene nada que ver con la familia del último. O sí. Son los mismos, pero finalmente han conseguido ser más familia, a base de derribar los secretos que los separaban unos de otros. A veces me da la sensación en series y películas de que cuando alguien sale del armario solamente hay dos posibilidades: o es celebrado o es repudiado, sin medias tintas. Pero en la vida real, el proceso suele ser otro, y todavía más cuando hablamos de padres y madres, quienes se han formado unas expectativas con respecto a los hijos, a quienes han visto crecer, que de repente cambian. Los cambios cuestan. A muchos padres les cuesta hacerse a la idea de que sus hijos son LGBT. Pero, normalmente, eso va cambiando, y finalmente se llega al punto del que se salió.
Los De la Mora viven de apariencias. Virginia está preocupada por la portada de la revista, por al fiesta de aniversario, porque su hijo se case con su novia de toda la vida. Esa es la clase de cosas que le importa, o al menos eso parece. Pero su mundo se desmorona, y además todo a la vez, y tiene que aprender a aceptar que las cosas vienen como vienen, no como a uno le gustaría en su fuero interno, y que el que a tu hijo le gusten los hombres no cambia ni un poco a tu hijo, solamente es algo que tú desconocías sobre él. Verónica Castro tiene un papel que, como digo, me gustaría ver mucho más en pantalla.
El error: Paco León
Los papeles de personas trans han de interpretarlos personas trans. Es lo óptimo, lo justo, y lo lógico. Pero si esto no es así, por las razones que sea, la segunda mejor opción es que el papel de mujer trans lo interprete una mujer. En La casa de las flores han optado por un hombre disfrazado, perpetuando los estigmas de que las personas trans son, precisamente, eso, personas disfrazadas. De nada sirve que María José lo verbalice, si lo que estamos viendo es justo eso.
Pese a todo, se aprecia una intención muy clara con el personaje de Paco León, y es confrontar al espectador con los tópicos habituales de las personas trans, y meterla en situaciones reales por las que han de pasar, y que quizá muchos de los que estén viendo la serie ni siquiera se hayan parado a pensar. El casting es un error, pero de los errores también se aprende.