Si bien en las primeras décadas desde la invención del cine la homosexualidad en pantalla era relativamente frecuente, un hecho en la década de los 20 empezaría a limitar las representaciones que, bien explicitamente o de manera un poco más velada, mostraran cualquier comportamiento fuera de la decencia y la moral de la época. La unión de las diferentes productoras para autorregularse y autocensurarse, para hacer sus películas más familiares, rectas y morales, bajo el código Hays, fue la chispa que prendió la estampida de actores y actrices dentro del armario, con matrimonios pactados para mantener su imagen pública. Pero en privado… en privado era otra cosa. Y es entonces cuando surge uno de los fenómenos lésbicos más interesantes del último siglo: los Círculos de costura.
Por contrato, los actores y actrices no podían hacer gala de su homosexualidad en público, pero eso no era impedimento para que disfrutaran de su vida sexual sin cortapisas. Las lesbianas, bisexuales y, en general, mujeres que muy, muy heterosexuales no eran, comenzaron a reunirse en lo que más tarde se daría en llamar Círculos de costura, que no eran sino reuniones para conocer a otras mujeres, bajo la excusa de la muy fina y femenina tarea de bordar unos pañuelos. La denominación aparece por primera vez de boca de Alla Nazimova, una actriz de origen ruso que años más tarde sería la madrina de la muy Republicana Nancy Reagan, para denominar las reuniones a las que asistía su amante Dorothy Wilde, sobrina de Oscar Wilde, y otras autoras y artistas de renombre. De hecho, su casa Garden of Allah fue el primer punto de reunión de estas mujeres. Pese a que se llevaba todo con el máximo secretismo posible, la prensa de la época se hizo eco en alguna ocasión de los Círculos de Costura, llamando a Garbo y Dietrich Caballeros de los corazones, o miembros del mismo club.
Poco a poco, el círculo se fue ampliando, y a los encuentros acudían todas las artistas y actrices de la época más dorada de Hollywood. Greta Garbo, Marlene Dietrich, Tallulah Bankhead, Joan Crawford, Barbara Stanwyck y Ava Gardner se convierten en asiduas. A partir de aquí, una serie inagotable de historias, más o menos veraces, comienzan a surgir: Tallulah Bankhead y su fetiche por las actrices que hacían de sirvientas, la entrada de Joan Crawford con pintura dorada sobre su cuerpo como única prenda de vestir, y la propia Bankhead apareciendo al poco rato manchada de esa pintura, los roces entre Greta Garbo y Marlene Dietrich por conseguir a las mismas chicas, la ocasión en que Marilyn Monroe rechazó a Joan Crawford, el gran romance entre Greta Garbo y Mercedes de Acosta, la comparación entre Dolores del Rio y Rodolfo Valentino por el número de amantes… En fin, mil historias que sólo hacen que forjar la leyenda de estas mujeres, que siempre intentaron vivir a su manera, aunque a veces no lo consiguieran.