Desde que los ejecutivos de cine y televisión han dejado de ver personas y ven símbolos de dolar andantes, como Tío Gilito, la parte artística del espectáculo a veces, solo a veces, se hace a un lado para que la adelante la parte monetaria. Y, no nos engañemos, las personas LGBT somos un nicho de mercado. ¿Sabes cuando en junio todas las empresas sacan productos con el arcoíris para que las vayamos a comprar rápidamente y nos creamos que somos reconocidas y valoradas? ¿O cuando a las personas LGBT nos llaman para ser entrevistadas única y exclusivamente del 1 al 30 de ese mismo mes? Efectivamente. El caso es que tardaron un poquito, pero se dieron cuenta de que si las series y pelis tenían una trama LGBT, o una subtrama lésbica o bisexual, o ALGO de contenido sáfico, era probable que nos lanzáramos como hienas a verlo y comentarlo. Pero, claro, se plantea un problema: ¿Cómo lidiamos entonces con la audiencia más conservadora, esa que si huele bolleras se va a ir corriendo a otro canal? Y es entonces cuando nace un concepto maravilloso: el queerbaiting.
Hay muchas definiciones de esto, y todas son acertadas. Si lo hacemos simple, es prometernos una relación lésbica (o gay, si es el caso) que nunca, jamás de los jamases, va a suceder. Muy frecuentemente una de las dos personas de ese pairing no ha dicho de manera explícita cual es su orientación sexual, algo que al público general le pasa desapercibido pero a nosotras… no. Porque estamos entrenadas, después de décadas de olvido, para buscar esos detalles.
¿Cómo lo hacen? Con pequeños guiños. A veces casi imperceptibles: pequeños roces, guiños, acciones como quedarse a dormir en casa de la otra, coincidir en escenas forzadas como ascensores que se averían (juro que esto no me lo estoy inventando), etc. Situaciones que, si se tratara de una pareja formada por un hombre y una mujer, indicarían que el romance está en marcha. Pero, claro, son dos mujeres. Así que eso es improbable que suceda, ¿verdad?
Si echo la vista atrás, la serie reina del queerbaiting femenino fue, sin duda, Rizzoli & Isles. Tanto que incluso el director se pronunció al respecto, haciéndolo pasar como ‘un guiño’ a las fans lesbianas. Un guiño que nos frustró muchísimo, te diré. Y la actriz principal, Angie Harmon, contaba de manera explícita que se detenía más de la cuenta tocando la blusa de Sasha Alexander, su compañera, de manera intencionada, solamente esperando que “no las tacharan de homófobicas”. Rizzoli parecía y actuaba como una mujer lesbiana, una con su novia al lado, pero… no lo era. Ni lo iba a ser jamás.
Y si hablamos de películas… me vais a perdonar, pero lo que nos hicieron con la saga Pitch perfect, y lo IDIOTAS que hemos sido, que nos tragaríamos hasta la última migaja que nos dieran de Bechloe es digno de estudio. Dos gestos en cada película por cada millón de declaraciones de las actrices en las ruedas de prensa prueban que el queerbaiting no es algo que suceda por casualidad, sino algo buscado y fomentado para generar conversación en los círculos adecuados. Por favor, que grabaron el beso y después no lo incluyeron en la película final.
Hace años, quizá cuando se estrenaron estos dos ejemplos que expongo, podríamos incluso alegrarnos, dada la falta total de visibilidad que existía. Pero, ¿ahora? Ahora debemos tener claro lo que es, cuando se produce y, sobre todo, tener claro que, si van a usar a lesbiana y bisexuales simplemente como nichos de consumo (que, ojo, vivimos en el sistema que vivimos), al menos que nos den algo real, algo que cuente una historia con la que podamos identificarnos, y no un cebo para consumidoras que se va a quedar en agua de borrajas.