Párate un momento a pensar. ¿Dónde estabas tú tal día como hoy, veintisiete de marzo, hace diez años?. Esta fecha puede parecer irrelevante, o aleatoria, pero tal día como hoy, hace una década, comenzaba la emisión de una de las series capitales de la televisión ya no estadounidense, sino mundial. Hace Diez años, Meredith Grey tenía su primera guardia en el Seattle Grace, y de su mano entrábamos en un mundo que, igual que nosotras, ha ido madurando con el paso del tiempo. Nada tienen que ver los primeros episodios con la última temporada: las historias que nos cuenta Shonda Rhimes son más complejas, más intensas, Más adultas.
Y eso se plasma también en la evolución de Callie y Arizona, tanto como personajes separados como en conjunto. Callie Torres conoce a Erika Hahn en la cuarta temporada, y poco a poco las dos cirujanas van dándose cuenta de que, simplemente, no pueden ser sólo amigas. Ninguna de las dos había estado antes con una mujer, ni siquiera se había besado con una, y es interesante ver como cada una experimenta la atracción de una manera diferente: Callie abraza su bisexualidad sin darle más relevancia que el conflicto que le va a suponer con su familia, mientras que para Erika es como un rayo divino bajado del cielo: Ahora entiende por qué sus relaciones con los hombres no funcionaban. Cuando Callie le plantea que no sabe qué tipo de relación quiere con ella, Erika abandona el hospital.
Más tarde, Callie comienza una relación con Arizona Robbins, una relación de la que durante todo este tiempo hemos visto la evolución de todas las dimensiones: Desde las primeras citas hasta la consagración de su relación, pasando por su primera ruptura, el embarazo de Callie, su accidente de tráfico, la boda, el perpetuo conflicto de Torres con su familia, el peso que le supone a Robbins perder su pierna y, ya en la última temporada, la separación de las dos mujeres, que intentan manejar una relación complicada, por lo intenso de la misma.
Anatomía de Grey ha hecho lo que pocas series han conseguido: mostrar la complejidad de una relación que se extiende a lo largo del tiempo. Contar un romance pasajero es fácil: todo es nuevo, y bonito, y feliz. Las cosas después de cinco años plagados de acontecimientos trágicos y definitivos, son diferentes. Por mucho que Shonda conduzca a sus personajes muchas veces a situaciones extremas, como la amputación de una pierna, algo que no es demasiado frecuente supongo, eso le sirve para desencadenar una dinámica en la pareja que sí nos resulta más reconocible: la falta de comunicación y la culpabilidad. El sentir que le has fallado a tu mujer. El pensar que no eres suficiente. Esto nos va sonando más, ¿no?
Al igual que la serie, la trama de Callie y Arizona ha crecido, ha madurado, se ha hecho más seria y más profunda. Ya no son dos cirujanas que se quitan la ropa por el salón sin importarles que Cristina y Owen estén viendo la escena. No. Ahora son dos mujeres preocupadas por rehacer su vida sentimental, pero que siguen preocupándose la una por la otra más allá de que tener una hija en común sea su nexo. Hay algo más. Hay mucho tiempo juntas, y acostumbrarse a lo nuevo, cuesta.
Por si esto fuese poco, que no lo es, la serie goza de una salud envidiable. Sigue teniendo una audiencia fiel, que pasa de los doce millones todos los jueves. Esta salud ha permitido que su creadora haya podido desarrollar dos series más, Scandal y How to get away with murder, en la que también encontramos personajes LGBT, algo que, recordemos, es importantísimo a la hora de visibilizar a nuestra comunidad. Diez años de Anatomía de Grey, la serie de nuestras vidas.