
Las historias protagonizadas por mujeres siempre reciben menos atención que aquellas con un hombre a la cabeza. Ellos tienden a ser los activos, los que hacen cosas, los que mueven el mundo, mientras que a nosotras, en la ficción, se nos prefiere como objetos pasivos, meramente decorativos o acompañamientos del héroe. Las voces femeninas se han perdido durante siglos. Y dentro de ellas, los personajes lésbicos y bisexuales se han desvanecido como dientes de león al viento.
Dentro de la infinidad de películas, en general, que se han rodado y producido desde la invención del cine, hemos podido encontrar mujeres homosexuales, pero durante muchísimo tiempo cumpliendo dos funciones: O bien la de imitadora del hombre, algo masculino, rechazable, y sin ninguna de las virtudes que se supone debe tener una mujer, o bien como villana, como malvada, como mala influencia para aquellas señoritas de bien que sólo quieren llevar una vida feliz junto a su esposo. De Mrs. Danvers en Rebecca a Martha Dobbie en The Children’s hour, el cine nos enseñó durante mucho tiempo que ser lesbiana era algo, como poco, a ocultar, algo malo, algo nada deseable.
Después de intentos valientes en los 80 como Desert Hearts, en los 90 como Go Fish, y con la explosión del Indie, cuando el bajo presupuesto dejó de ser un problema para rodar una película gracias a la popularización de los medios, tuvimos por fin la oportunidad de contar nuestras historias de primera mano, enseñando al reducido público que, hey, no pasa nada por acostarte con chicas, o incluso con chicos y chicas. Pero estas cintas contaban, y cuentan, porque se siguen haciendo, con un handicap importantísimo: No hay promoción. Sólo las conocemos nosotras.
Ha habido intentos durante los últimos tiempos de mostrar al público general, ese que vive a través del cine, ese a quien los medios acercan las realidades que él no conoce, historias entre mujeres. Se me ocurren algunos ejemplos. Pero, por unas razones u otras, a veces la falta de calidad, a veces el fallo de agenda, no ha calado en el imaginario popular. Por eso, Carol es la oportunidad que estábamos esperando.
Las lesbianas necesitamos una historia de amor en la gran pantalla, una historia con la que nos sintamos identificadas las que estamos o alguna vez hemos estado enamoradas, y una historia que nos haga soñar con vivirla. Una película romántica. No es mucho pedir, hay cientos de ejemplos heterosexuales cada año y todos los años: Pretty Woman, Dirty Dancing, Moulin Rouge, cualquiera de Disney, cualquiera que estén echando en la tele al tiempo que lees esto.
Carol reúne tantos de los requisitos necesarios para ser LA pelicula por antonomasia, al estilo de Brokeback Mountain para los chicos gays, que no sé por donde empezar. Las actrices son maravillosas, Cate Blanchett tiene en su haber seis nominaciones al Oscar, y lo ha ganado dos veces. Es una de las profesionales más reconocidas y reconocibles de la industria del cine. A su lado, Rooney Mara, que protagonizó una película súper taquillera, Millenium, y precisamente por Carol recibió el premio de Cannes a Mejor Actriz.
El director, Todd Haynes, es bien reconocido por contar historias contra la homofobia, o inspiradas en obras de temática homosexual. Y el guión, adaptado por la abiertamente lesbiana Phillys Nagi, está basado en una de las novelas más del siglo pasado que más huella ha dejado en las lectoras, escrito por Patricia Highsmith, autora de otras obras celebérrimas, y así mismo, bisexual. Casi 12 millones de dólares ha invertido el estudio en esta película (Dato: Brokeback Mountain tuvo 14 millones para producción en 2005), que va a ser distribuida por todo el mundo, y vista por millones de espectadores.

Es una gran apuesta, es el salto definitivo, la ocasión de contar una historia de amor entre dos mujeres y que el mundo vea que no se queda ahí, que es algo más. Algo universal, y, a la vez, que se dirige, por fin, directamente a nosotras. Una película de mujeres que aman a otras mujeres, y nada más.




