Que levante la mano la lesbiana que no haya pensado ninguna vez que es invisible… Me refiero a aquella sensación que tienes cuando, de camino a la pastelería (que no a la bollería), tu pareja, tu padre y tú os cruzáis con un conocido de este, y tu padre le dice que va a comprar unas cosas con su hija (solo con su hija), como si tu pareja no estuviera allí; o, por ejemplo, cuando al entrar las dos en un bar con tu cuñado, este utiliza con el camarero la típica oración copulativa inacabada: “¡Hola! Vengo con mi hermana y…, a tomarnos algo”.
¿Qué lesbiana no se ha sentido alguna vez como unos enormes puntos suspensivos? En fin, me resulta difícil hacer el recuento de las manos levantadas porque no os veo (no porque seáis invisibles, sino, ya sabéis, por esto de las telecomunicaciones), pero en cualquier caso asumiré que la mayoría de vosotras habéis tenido la sospecha, en alguna ocasión, de ser invisibles.
Por ello, me veo en la obligación de advertiros, antes de que os lancéis a las calles a hacer uso de vuestro poder de invisibilidad, de que no somos invisibles. Si lo fuéramos, deberíamos serlo en todas las circunstancias y, sin embargo, en innumerables ocasiones, por ejemplo, en la intimidad de la familia, somos reconocidas por esos mismos padres y cuñados que en otro entorno no nos ven. ¿Qué es lo que nos ocurre entonces? ¿Cuál es el mal que nos aqueja? El pasado Halloween, con sus castañas, sus monstruos y sus largas digestiones pesadas, me reveló la verdad: muchas de nosotras hemos sufrido o sufriremos, a lo largo de nuestra vida, el Síndrome de la Lesbiana Vampira. En efecto, si por la calle, en un bar o en cualquier otro espacio social alguien te ignora a ti o a tu pareja, no es porque no te vea, sino porque no encuentra tu reflejo (social, se entiende). No te ven reflejada en sus conocidos, ni en los camareros ni en nadie de su círculo, y es justamente esa falta de reflejo la que les impide mencionarte.
Desconozco aún la manera de superar este síndrome (que, además, suele ir acompañado de una afasia selectiva que impide la pronunciación por parte de tus familiares de palabras como “novia” o “pareja”). De todas formas, la película de vampiros que vi en Halloween (Lo que hacemos en las sombras, de Taika Cohen y Jemaine Clement) y que inspiró el descubrimiento que acabo de compartir con vosotras, aunque no llegó a darme la clave definitiva para combatir el Síndrome de la Lesbiana Vampira, sí que me sugirió una idea: la de fotografiarnos con nuestra pareja en situaciones diversas —una selfie en el parque, en un jacuzzi, en una cena íntima…— y llevar esas fotos siempre encima. Así, cuando el ojo humano no capte nuestro reflejo, podremos enseñar esas imágenes grabadas por la cámara que demostrarán, sin género de dudas, que somos una pareja como cualquier otra.
Igualmente, y dado que el método anterior se halla aún en fase experimental (me falta la selfie del jacuzzi), os emplazo a compartir conmigo otras posibles soluciones a este síndrome que ha pasado tan injustamente desapercibido para el psicoanálisis. ¿Qué os funciona a vosotras: enseñar los colmillos, convertiros en murciélago…? Huelga decir que, aunque el Síndrome de la Lesbiana Vampira solo se manifiesta ante humanos comunes, vampirizarlos a todos para erradicarlo me parecería demasiado drástico.