Antes de meternos en harina, debo hacer una advertencia acerca del libro de Disobedience (Desobediencia), escrito por Naomi Alderman: el libro está en inglés. Las malas noticias son que todavía no hay fecha para su traducción y distribución en español (que sepamos). Las buenas, que el 25 de mayo vas a poder comprar unas entradas para poder disfrutar de su adaptación cinematográfica, con Rachel Weisz y Rachel McAdams como protagonistas. Y a un elenco así hay que decirle que #sí.
Yo siempre he sido más de este orden: primero libro, luego película. Así que si eres de mi club, dominas el inglés y tienes cierta motivación para acercarte a esta historia, te recomiendo encarecidamente que utilices estas semanas para sumergirte de lleno en el mundo al que nos transporta Naomi Alderman.
Estamos en Londres, en el suburbio de Barnet, a siete millas de Charing Cross y a seis paradas de metro de Candem Town, para ser más exactos. Si seguimos estas coordenadas nos encontraremos con un lugar llamado Hendon, conocido por todos los londinenses por ser uno de los mayores asentamientos de judíos ortodoxos de la capital de Reino Unido.
El líder espiritual de estos judíos ortodoxos acaba de fallecer. La comunidad está destrozada. Tras su muerte, el colectivo se siente decapitado, privado de una dirección, de un líder que los guíe en su camino hacia el paraíso eterno. No obstante, es necesario que todos contengan las emociones para cumplir con la tradición, empezar a buscar sucesor y preparar todos los homenajes fúnebres que la situación requiere.
¿Y avisar a la familia directa del fallecido Rav Krushka?
También… Habrá que hacerlo… ¿no?
El problema es que en este caso solo hay un familiar directo al que avisar: Ronit, la rebelde y desobediente hija del Rav, que desde hace años se encuentra exiliada en Nueva York, distanciada por completo de la comunidad y vilipendiada por los más exigentes.
Aquí es donde empieza a mascarse la tensión. ¿La notas? Espero que sí, porque la hay y mucha.
Del oficio funerario y de la transición espiritual, por supuesto, deberá encargarse Dovid, el natural sucesor del Rav Krushka, su mano derecha y quien ha estado bajo su tutela y guía desde que era un adolescente. En opinión de la mayoría (e incluso del propio Dovid), el sucesor no da la talla. Dovid carece de las características de liderazgo para guiar e iluminar a la comunidad, pero algunos de los líderes más adinerados de Hendon, sumergidos en sus propios intereses políticos, están dispuestos a que él sea el elegido. Sí, es muy probable que Dovid no esté a la altura, pero es blando, buena persona y fácil de manejar, y esa es una característica que a estas mentes perversas les resulta muy interesante.
Mientras tanto, Esti, la mujer de Dovid, hace lo que todas las mujeres de las comunidades judío ortodoxas: permanece al margen de las tramas políticas, de las decisiones, del poder. Como si de un florero se tratara, el papel de Esti es estar en la casa, cocinar, limpiar, rezar, ser sumisa, cuidar del marido y hacer todo lo posible por darle descendencia. Pero cuando Esti comprende la consecuencia inmediata del fallecimiento del Rav Kushka, su mundo de esposa judía perfecta empieza a desquebrajarse poco a poco: Ronit, su mejor amiga de la adolescencia, su confidente, su gran amor, va a regresar. Y con ella regresa la vida a Esti, que como si de un huracán se tratara, de pronto se ve envuelta en todas aquellas emociones que en algún momento creyó haber olvidado.
El reencuentro entre las dos mujeres provoca que se abran heridas del pasado, recuerdos todavía no curados que ahora se interponen entre ellas y es necesario abordar. Ninguna de las dos parece haber conseguido olvidar la relación que mantuvieron en la adolescencia y, ahora, ya como adultas, tanto una como otra se verán obligadas a enfrentarse a esos fantasmas del pasado desde ángulos muy diferentes.
Puedo aventurar que la historia de amor entre las dos protagonistas, Ronit y Esti, te conmoverá y frustrará a partes iguales. Por un lado, cabe destacar el realismo con el que se perfila: dos mujeres en una conocida comunidad de judíos ortodoxos, que deben asumir un papel que les ha sido asignado en el mismo momento de su nacimiento o vivir de espaldas a los suyos, casi como proscritas espirituales, durante toda su vida. Todo por perder… y todo por ganar. Pero, por el otro lado, este realismo quizá provoque no siempre comprendamos sus decisiones en todo momento. Para una mente occidentalizada, laica y feminista, puede resultar un gran esfuerzo tratar de empatizar con los motivos que detienen a Ronit y Esti para llevar una vida plena, libre de opiniones ajenas, libre de ataduras espirituales. Y sin embargo, ahí están. Sin ellas Disobedience no sería posible, ni tendría razón de ser.
Como peculiaridad, comentar que la novelatiene una estructura que a mí personalmente me resulta muy atractiva. El punto de vista del narrador se cuenta en dos personas diferentes, según el personaje que esté desglosando los acontecimientos. Para Ronit la autora utiliza la primera persona, lo cual le confiere la fuerza y cercanía que el personaje se merece. En todo momento estamos conectadas a sus pensamientos, a sus sentimientos más profundos. Qué le gusta, qué aborrece, qué le hace sentir perdida, susceptible o frágil. En los capítulos en los que Alderman nos habla de Esti, sin embargo, la autora echa mano de la tercera persona para contarnos las vicisitudes de su vida, de modo que lo percibimos algo más alejado y distante, aunque en ningún caso pierda fuerza por haber utilizado esta voz literaria.
Como ya podrás imaginar, en este libro las reflexiones más íntimas de los personajes están en todo momento íntimamente relacionadas con decenas de alusiones religiosas. En Disobedience el judaísmo adquiere una categoría de personaje en sí mismo y, de tal modo, influye y condiciona toda la historia. Los miedos, los anhelos, responsabilidades, fallos y aciertos de cada uno de los personajes se verán determinados en todo momento por su postura ante la religión y a lo largo del libro aprenderemos que ninguno de ellos es libre. Ni siquiera Ronit, las más rebelde y desobediente de todas, quien tendrá que hacer las paces con un pasado que la persigue incluso tras haber puesto tiempo y distancia con sus orígenes al otro lado del Océano Atlántico.
Personalmente, puedo decir que a mí Disobedience me ha encantado. Devoré sus páginas a una velocidad despiadada y, a pesar de toda la carga religiosa que conlleva y todas las citas bíblicas, en ningún momento me sentí aburrida o hastiada por su lectura. Es más, ha sido una de las pocas obras que verdaderamente me han enganchado en estos últimos meses, algo que para mí eso siempre son puntos extra.
Si te manejas con el inglés y quieres darle una oportunidad, puedes adquirir la novela en el link que te dejamos aquí abajo. Si, por lo contrario, prefieres esperar a la película, marca el 25 de mayo con un círculo rojo en el calendario. Para ir abriendo boca, aquí te refrescamos el tráiler: