Hoy, veintiocho de junio, se celebra en casi todo el mundo el Día del Orgullo LGBTQI. Una jornada de reivindicación, de lucha, pero también de recuerdo hacia aquellas personas que plantaron cara al acoso policial en Stonewall, y que, por primera vez, pusieron en valor la lucha del colectivo por la igualdad de derechos. 51 años después, siguen siendo un ejemplo para todas aquellas personas que, de un modo u otro, no pueden vivir con libertad y son señalados, insultados, o considerados de segunda por la sencilla razón de ser como son.
En España, mucho hemos avanzado desde que en 1977 las trans y los homosexuales de Barcelona salieran a las calles pidiendo una cosa muy sencilla: que los dejaran en paz. Ni siquiera igualdad, ni respeto. Pedían tranquilidad, poder ser como les diera la gana, pero en paz. Ahora, ante la ley, las personas LGBT tenemos una equiparación de derechos casi plena, y en los espacios sociales, pocas personas se atreven ya a expresar su ignorancia y su lgbtfobia de viva voz.
Pero siempre queda una rendija de caspa, de cutrez, de pasado. Siempre hay quien se escuda en las redes sociales para, desde el fondo de un corazón amargado, sacar a colación ese insulto homófobo que no viene a cuento; siempre hay alguna persona que tiene que hacerte un comentario por la calle cuando vas con tu novia; siempre hay algún nazi de mierda que te pega cuando menos te lo esperas. No es lo más habitual, pero es que no debe serlo: sólo la anécdota nos debe escandalizar. Y si esto sucede en España, ¿cómo viven las personas LGBT en países donde pueden ser condenados a muerte? ¿Qué angustia han de soportar a diario, siempre pensando en el momento en que sean descubiertos, o a base de disimular y ser infelices para siempre?
El colectivo LGBTIQ es tan diverso como sólo lo puede ser la suma de todos sus miembros. Es imperfecto, como lo somos todos. Comete errores, como los cometemos todos. Hace falta mucha conversación para solucionar, para pulir, ciertos aspectos que están lejos de gustar a la mayoría. Pero si una cosa hemos de tener clara es que, si no luchamos todos juntos, nunca ganaremos.
¿Por qué celebrar un Día del Orgullo? ¿Por qué ir a la manifestación que te quede más cerca, y apoyar con tu sola presencia las reivindicaciones? Porque podemos. Porque vivimos en una sociedad que nos permite acudir y levantar la voz ante ciertos aspectos. Porque nosotros y nosotras tenemos la obligación de hablar por aquellos que no pueden. Disfrutemos de nuestra libertad por todos: por nosotros y nosotras, y por aquellos cuyas circunstancias se lo impiden. Hoy, mañana, y todos los días.