No para, no para, no para. Ryan Murphy no para de sacar series, series sobre sus series, dar vueltas sobre sus series, y volvernos locas (no necesariamente en el mejor sentido de la palabra) con sus series. Hacía tiempo que no me aproximaba a nada suyo, porque estoy SATURADA de la vida y de él, pero al ver el trailer de American Horror Stories y ver que había, al menos, una pareja lésbica, pues yo qué sé, le di una oportunidad. Y, a ver, tiene cosas (pocas) que vale y otras cosas que me han hecho pensar que he vuelto a caer en su trampa.
La premisa de American Horror Stories es la de hacer historias de terror encapsuladas, no una temporada con continuidad, y como la especialidad de Murphy es crear premisas (y cagarla luego), en principio todo guay. El primer episodio nos devuelve a un lugar familiar, la mansión de la primera temporada de American Horror Story, en este caso a través de Michael (Matt Bomer) y Troy (Gavin Creel), un par de maridos amantes del horror que planean convertirla en un bed and breakfast fantasmal. Esta pareja tiene una hija, Scarlett (Sierra McCormick), que es la típica adolescente de vuelta de todo. Los dos demográficos a los que peor les va en las series de este señor: homosexuales y adolescentes sarcásticas.
*A partir de aquí, espoilers*
Scarlett tiene dudillas sobre si le gustan las chicas o no, pero solamente necesita a Paris Jackson haciéndole ojitos para confirmar que no, que hetero no es. Hay una fiesta de pijamas que sale mal, Scarlett huye a su casa, los fantasmas matan a todo Cristo viviente, y Scarlett, de la que a estas alturas ya nos han dejado claro de manera nada sutil que lo que le va es infligir dolor físico a la gente, decide dejarse llevar por lo fantasmal y apañar el crimen con un poco de bricomanía.
En el segundo episodio de la temporada, continuación de este primero, conocemos a Ruby, interpretada por Kaia Gerber, una adolescente que, al descubrir que sus padres la habían vendido a un pederasta, decide terminar con su vida en un lugar icónico, la casa con más asesinatos de la galaxia, sin saber que las almas se quedan ahí atrapadas. De algún modo nos vemos de nuevo envueltas en la típica trama ‘uy, me he enamorado de un fantasma psicópata’, y Scarlett y Ruby se juran amor eterno. Para demostrar ese amor, Ruby se carga a los padres de Scarlett, en un acto que entendemos perfectamente porque eran insoportables.
Mientras tanto llega Halloween, las almas salen de su arresto domiciliario, amenazan con separar a Ruby y Scarlett cargándose a esta última fuera de la casa, nunca llega a pasar, Scarlett se pira porque, UY, viven ahí más personas que en la Trece Rue del Percebe, y todos los espíritus (los nuevos, porque a los viejos no los vemos por ningún lado, solamente cuando nombran veintitrés veces al ‘otro terapeuta’) terminan siendo una especia de familia feliz. El episodio termina con nuestra pareja interplano favorita reencontrándose en Halloween, que dices tú ‘vale, es porque Ruby puede salir de casa’, pero total que da igual porque la que va es la humana.
No voy a pedir que me devuelvan esta hora y media de mi vida porque me he metido en esto voluntariamente, pero tío, es que es una estafa OTRA VEZ. Esta vez, eso se lo concedo, no ha matado a todas las lesbianas, algo que se agradece. En general es todo muy barato, muy absurdo y muy traído por los pelos. Y, por favor, no me hagáis hablar de cómo actúan Paris Jackson y Kaia Gerber. Por favor. En fin, que si tenéis un rato perdidísimo y os apetece ver una película mala de miedo en la que haya algo de trama lésbica, pues a lo mejor os hace el papel. Pero poco más. Apuf.