
Hay una cosa que une a las lesbianas, los escaladores y las abuelas que hacen senderismo por el monte de al lado de tu pueblo y no es el amor por la naturaleza precisamente. Es el mosquetón. Ese pequeño enganche metálico que sirve para colgar llaves, sujetar cantimploras o salvarte de una muerte segura en una pared vertical de granito. Pero en nuestro caso, tiene una historia un poquito más queer de lo que imaginabas.
Si te has fijado, hay una tendencia, sobre todo en ambientes bolleros, de llevar mosquetones colgando del pantaló. Y aunque hoy es más bien un guiño estético o un meme viviente dentro de la cultura lésbica, su origen es bastante más práctico. Y feminista.
Todo empieza en las fábricas estadounidenses de los años 50. Cuando terminó la Segunda Guerra Mundial, muchas mujeres que habían entrado a trabajar en sectores industriales para reemplazar a los hombres que estaban en el frente decidieron que no iban a volver a los confines de la cocina tan fácilmente. Se habían acostumbrado a trabajar con herramientas, a tener salarios propios, a vestir con ropa funcional. Y con eso vino una estética particular: cinturones con bolsillos, pantalones resistentes y accesorios como los mosquetones. Servían para sujetar linternas, llevar herramientas o enganchar lo que hiciera falta. Eran prácticos y visibles. Y sin quererlo, se convirtieron en un símbolo.
Las mujeres que decidieron mantener esa estética no solían encajar en la imagen que vendía la televisión de la esposa rubia, sumisa y perfectamente peinada que te preparaba un pastel mientras esperaba al marido. Muchas de ellas, además, se relacionaban afectivamente con otras mujeres, en un mundo en el que eso todavía no tenía un nombre muy claro, pero sí muchas consecuencias sociales. El mosquetón era parte de un uniforme no oficial. Un detalle que las hacía reconocibles entre sí en los lugares de trabajo, en los bares, en los talleres mecánicos. Una especie de bandera sin tela.
Décadas más tarde, cuando la cultura queer empezó a desarrollar su propio lenguaje visual, los mosquetones reaparecieron como una especie de reliquia de esa historia compartida. En los años 70 y 80, en ciudades como San Francisco o Nueva York, muchas lesbianas los usaban para comunicarse sin decir una palabra. Igual que los hombres gays tenían el código de los pañuelos, en la comunidad bollera se hablaba de qué lado del pantalón llevabas el mosquetón. Si lo llevabas a la izquierda eras más bien de tomar la iniciativa. Si lo llevabas a la derecha, dejabas que te llevaran. Spoiler: muchas lo llevaban a ambos lados por si acaso.
Hoy, en pleno 2025, nadie va a interpretar automáticamente que eres lesbiana por llevar un mosquetón. Bueno, casi nadie. Pero sigue siendo un símbolo que nos hace sonreír a quienes lo reconocemos. Es una manera de decir “estoy aquí” sin decirlo en voz alta. Es práctico, sí, pero también es historia. Es cultura pop croqueta comprimida en un enganche metálico.
Y si no nos crees, date una vuelta por un festival lésbico al aire libre. Verás más mosquetones que en un catálogo de escalada. Algunas llevarán llaves, otras gorras, otras nada en absoluto. Pero todos contarán una historia. De resistencia. De trabajo. De identidad. De amor entre mujeres que se atrevieron a vivir fuera del molde. Y de paso, oye, te cuelgas la botella de agua y no te deshidrats en el camino.
Vía: Reddit