La serie One day at a time, estrenada en Netflix el pasado enero, es una sitcom que utiliza el humor más blandito del mundo para abordar temas serios como el feminismo, la depresión, la inmigración en EEUU o la situación de los veteranos tras la guerra. Pero hablar de todo eso desde la mayor dulzura posible no es el mayor mérito que tiene.
Cuidado, ¡spoilers!
Permitidme que os presente a Elena Álvarez, bollito máximo donde los haya (pun intended). Elena es la hija mayor de una familia monoparental americocubana. Tiene catorce años, es feminista, ecologista y vegetariana y pelea día sí y día también para que su madre y su abuela entiendan todo lo que defiende con tanta intensidad. Cosa que a veces se presenta difícil, ya que esta última, Lydia, es una señora religiosa y de mentalidad bastante anticuada, aunque adorable.
La serie comienza con una discusión sobre si Elena debería o no celebrar su fiesta de quinceañera. Toda su familia quiere que lo haga como tradición cubana, pero ella se opone por ser una fiesta misógina. Finalmente decide que sí, exclusivamente para demostrar que su madre, Penélope, puede manejar cualquier cosa a pesar de ser madre soltera.
Los quinces (o más bien, su abuela) obligan a la mayor de los Álvarez a buscar pareja para el baile, por lo que comienza a hablar con un chico de su clase. Lo que no sabe por aquel entonces nadie de la familia más que Alex, su hermano pequeño, es que Elena tiene dudas importantes respecto a su sexualidad.
Cuando lleva unas semanas viendo a Josh, se disipan del todo sus dudas. Elena es lesbiana.
La forma de enterarse que tiene, por ejemplo, Alex, no tiene nada que ver con el resto de la familia, y lo que más me fascina de esto es que cada uno de ellos reacciona de una forma distinta.
Alex se entera por accidente. Su hermana responde al teléfono hablando para sí misma, y él está escondido tras una cortina. Cuando sale, Elena le pide desesperada que no diga nada, porque no está segura de lo que significa. Sin embargo, la reacción de su hermano es la reacción ideal. “¿Y qué más da? No supone ninguna diferencia.”
Su madre es la segunda en saberlo. Cuando Elena decide sincerarse con ella, al principio Penélope parece no enterarse bien de lo que su hija le está diciendo. Finalmente se da cuenta y tiene una reacción que me parece preciosa. “Habla tú”, le dice. Y sencillamente la escucha.
Es maravilloso ver cómo a nuestra protagonista se le iluminan los ojos cuando habla de las ganas que tiene de encontrar a la mujer de su vida y ser feliz con ella. Es lo más puro de la Tierra.
La forma que tiene su madre de procesar la información es bastante tormentosa. A Penélope le cuesta mucho asumir que Elena sea lesbiana, pero se lo oculta porque no quiere hacerle daño de ninguna manera. Consigue superarlo cuando, sencillamente, se da cuenta de que, lamentablemente, la sociedad y heteronormatividad causan que le resulte complicado de encajar, pero eso no significa que quiera menos a su hija.
Es una reacción problemática, pero me pareció preciosa la actitud de aprendizaje y deconstrucción que adopta inmediatamente el personaje. Es la prueba de que, aunque los prejuicios sociales sean muy potentes, pueden derribarse por amor.
La abuela tiene una manera de encajarlo muy divertida. Inicialmente, por supuesto, está totalmente en contra, argumentando que es una mujer religiosa y que no puede comprenderlo. Pero sucede algo muy gracioso: mientras va hablando, su propio discurso va evolucionando. Termina diciendo que como mujer religiosa, debe aceptar que Dios nos hizo a su imagen y semejanza y que no comete errores. Añade que el Papa ha dicho que no es quién para juzgar, y tras un auténtico giro de los acontecimientos, pregunta “¿cuándo es el desfile?”. Demuestra así que la religión no es un impedimento a la hora de aceptar a los que quieres.
Y ahora viene la parte dolorosa: el padre de Elena. Como ya he comentado, la familia de Elena es monoparental, ya que sus padres están divorciados y él no vive con ellos, sino que se encuentra trabajando como soldado en Afganistán. Víctor aparece exclusivamente para los quinces de su hija, y ella, tras recibir el apoyo del resto de su familia, decide ilusionada compartir con él lo que ha descubierto sobre sí misma.
Pero no sale como ella esperaba. Su padre la rechaza instantáneamente, con frases como “es una fase”, “ahora es guay ser gay”. ¿El lado positivo de esto? Penélope se enfrenta a él como una auténtica leona. Todo el pesar que habíamos visto en ella cuando le cuesta entender a su hija, se transforma en ira cuando ve que Víctor no sólo no la entiende, sino que no tiene interés en entenderla.
De hecho, cuando el despreciable señor se larga en mitad de la fiesta de cumpleaños de Elena, toda la familia, encabezada por su madre, se levanta a bailar con ella y a cuidarla como se merece. No importa lo que pase: nunca estará sola.
One day at a time retrata la historia de una adolescente muy valiente que decide ser ella misma por encima de todo, con sus consecuencias buenas y sus consecuencias malas. Elena Álvarez es un ejemplo de coraje y amor propio y ojalá que todo le salga bien en esta vida y en las tres siguientes, porque se lo merece.