
A veces las historias más sencillas son las que más te atraviesan. En medio del ruido del Festival de Cannes de este año, donde las alfombras rojas y los títulos rimbombantes no paran de desfilar, hay una película pequeña que está dando mucho de qué hablar entre quienes sabemos que las familias vienen en todos los colores del arcoíris. Se trata de Cartas de amor (Des Preuves d’Amour), ópera prima de la directora francesa Alice Douard, y sí, es tan tierna como política.
La película nos lleva a Francia en 2014, poco después de que se legalizara el matrimonio igualitario. Céline, interpretada por Ella Rumpf, y Nadia, a quien da vida la siempre magnética Monia Chokri, son una pareja de mujeres casadas que se preparan para recibir a su primer bebé. Todo parece ir bien hasta que llega el papel. No cualquier papel. El del certificado de nacimiento. Porque aunque estén casadas, solo una de las dos será reconocida automáticamente como madre: Nadia, la que ha gestado al bebé. Céline, la otra madre, tendrá que pasar por un proceso de adopción para que la ley le conceda lo que ya es de facto. Lo más fuerte de todo es que no hablamos de los años 90. Hablamos de hace solo una década.
Y aquí empieza el verdadero drama, que no es el de una separación ni el de una infidelidad, sino el del reconocimiento. Céline tiene que reunir quince cartas, quince testimonios de amigos y familiares que confirmen que será una buena madre. A lo largo de la película, vemos cómo ese proceso la confronta con su pasado, con su entorno, y sobre todo con su madre, una pianista de fama mundial interpretada por Noémie Lvovsky. Entre ensayos y silencios prolongados, madre e hija se ven obligadas a reescribir su propia historia mientras Céline busca que alguien, más allá del amor que ya vive en casa, le diga que sí, que es suficiente.
Alice Douard sabe de lo que habla. Ella misma tuvo que adoptar a su hija en 2018, aunque su esposa fue quien la dio a luz. Por eso esta historia es tan real, tan cruda en los detalles legales y tan íntima en los momentos cotidianos. Hay música, hay dudas, hay ternura, pero sobre todo hay una constante pregunta: ¿qué significa ser una buena madre? Y, ya puestos, ¿por qué el sistema necesita pruebas cuando el amor ya está ahí?
Cartas de amor es una película que no necesita gritar para hacerse oír. Lo hace en voz baja, entre miradas, y en medio de un sistema que todavía arrastra prejuicios. Es cine queer, sí, pero también es cine sobre lo universal. Sobre formar una familia, sobre ser reconocida, sobre luchar porque el amor tenga el mismo peso en el papel que en el corazón. Apunta el título, porque esta joyita merece ser vista y abrazada. Y puede que después de verla salgas con ganas de escribir tu propia carta de amor.
Vía: Cineuropa