Hay puñales en las sonrisas de los hombres; cuanto más cercanos son, más sangrientos.
William Shakespeare
Básicamente, existen cuatro maneras de llegar a la cima: con talento, con amigos, con suerte o dejando muchos cadáveres en el camino. Por supuesto, estos factores son combinables, pero siempre hay uno de ellos que prevalece sobre el resto. En el caso de House of Cards, lo tenemos claro: cadáveres, muchos de ellos, producto de la conspiración maquiavélica de su personaje principal, Francis Underwood.
Las que seáis fans de las intrigas políticas, me diréis que nunca ha habido otra serie como El Ala Oeste de la Casa Blanca. Y es muy posible que tengáis razón. Pero muerto el rey, es necesario que su trono la ocupe otro, y por eso hemos venido a hablaros de House of Cards, una producción de Netflix que ninguna amante de las buenas series debería dejar escapar y que, además, tiene croquetas. ¿Se puede pedir más? Yo creo que no.
House of Cards es el remake estadounidense de una serie inglesa del mismo nombre, que milagrosamente ha conseguido subir el listón del producto original. En ella nos cuentan con pelos y señales el meteórico ascenso de Francis Underwood (Kevin Spacey), un congresista de los Estados Unidos que confía en que el nuevo presidente le recompense su gran trabajo durante la última campaña electoral. Pero cuando el trabajo se lo ofrecen a otra persona, Underwood no agacha las orejas y acata el lugar que el nuevo presidente le ha dado. Más bien todo lo contrario: urde un plan, un despiadado juego de cartas con el que irá derrocando a todos aquellos que no han querido darle el reconocimiento que se merece. Incluido, por supuesto, el propio presidente.
Francis tiene además otros aliados en su ascenso al poder. Como Zoe Barnes (Kate Mara: definitivamente, pon una pelirroja en tu vida), una periodista con la que comparte su desenfrenada sed de poder. Y sobre todo su esposa, una maravillosa Robin Wright, que interpreta a la claroscura Claire. Puede que tras su fría coraza lata un corazón, después de todo, pero cuando están en juego los planes de su marido, Claire se convierte en un personaje todavía más oscuro que él.
Se trata de una historia que ya se ha contado muchas veces. Conspiraciones políticas. Servicio público versus ansias de poder. Intrigas de los partidos políticos. Y un largo etcétera que estamos cansadas de ver y, a veces, incluso leer en los periódicos.
No obstante, House of Cards tiene su propio encanto. La deliciosa inmoralidad de todos sus personajes hace que el show te enganche, porque justo cuando estás a punto de perdonar a los personajes todos sus pecados, hacen algo que provoca que vuelvas a odiarlos. En ese caso recuerda a Breaking Bad y a sus protagonistas de dudosa moral.
Pero por ninguna de estas razones son suficientes para convencerte de que la veas, hablemos entonces de las croquetas, que también las tiene. Y se trata de una de esas historias que suceden de manera espontánea, sin preguntas ni grandes dramas, de una manera muy natural, lo cual se agradece. A mí me ha agradado especialmente por eso, si bien es cierto que el romance lésbico, como hecho en sí, no tiene demasiado protagonismo en House of Cards. Es decir, no esperes que los focos se posen sobre ellas ni que suceda desde el principio, ya que, de hecho, hasta la segunda temporada no asoman la cabeza nuestras dos intrépidas croquetas. Pero aunque solo sea por esta escena:
Gifs de lesbiansilk.tumblr.com…..que nos quiten lo bailado.
Para resumir: recomendadísima House of Cards, a pesar del monólogo de Kevin Spacey (absoluto protagonista) y de su tufillo americano. Tan solo una última advertencia: no la veas si eres adicta a los shows de contenidos más livianos. Quiero decir que esto no es Glee. Así que si haces una pausa para ir a la cocina o al baño, ten presente una cosa: tendrás que rebobinar para saber qué ha pasado.