El pasado 7 de mayo, en mi visita al Salón del Cómic de Barcelona, me llevé dos sorpresas.
La primera fue la presencia de una exposición, con el título “Ellas tienen superpoderes”, que hacía un repaso cronológico de las diversas superheroínas que han surgido en el mundo del cómic. Aunque, en realidad, la sorpresa no fue la exposición en sí, cuya existencia conocía de antemano, sino el esmero con que se había realizado. Me llamó la atención, sobre todo, que, aparte de dedicar un espacio a cada una de las superheroínas (con una breve biografía, una ilustración y una reproducción de unas páginas del cómic original), se incluyera una cronología general en la que se sintetizaba en un par de líneas los rasgos característicos de las superheroínas de cada década. Así, en los años cincuenta nos encontramos con “Versiones femeninas de héroes masculinos”, como Batwoman y Supergirl, mientras que en la década de los sesenta, en que eclosiona el universo Marvel, hay “Superheroínas independientes”, como Jean Grey, de los X-Men, y la Viuda Negra. He de decir que ese ir a remolque de los héroes macho, que se repite en más de una década, no fue para nada una sorpresa; como tampoco lo fue que ninguna de las biografías expuestas perteneciera a una superheroína lesbiana. Y, sí, es cierto que recientemente Batwoman se ha echado novia. Y también es cierto que, teniendo en cuenta que hasta 1990 la homosexualidad fue considerada una enfermedad por la Organización Mundial de la Salud, quizá era demasiado pedir que en las décadas anteriores alguna de las superheroínas tuviera una afición declarada y abierta hacia otras féminas. Pero… ¿ni siquiera entre las superheroínas del siglo xxi, como Jessica Jones, podemos contar con una lesbiana? ¿Acaso las lesbianas no leemos cómics? ¿Acaso no merecemos identificarnos con alguna protagonista? ¿Es que no somos capaces de salvar el universo?
Justamente en relación con el universo me llevé la segunda sorpresa de la tarde. Descubrí en el Salón del Cómic, revisando la nómina de superheroínas, a una tal Power Girl que en realidad se llama Kara Zor-L, nombre que —salvando una “e” de distancia— es idéntico al de la Kara Zor-El que salva el mundo bajo el nombre artístico de Supergirl. Y diréis: “¿Cómo es posible que una friki como tú, autora de Superele, desconociera la existencia de Power Girl?”. (Nótese el momento de autobombo y platillo). Resulta que, quizá, no soy tan friki; o sí, pues la incertidumbre me roía las entrañas y me puse a investigar. Reusmiendo mucho, mucho, por cuestiones editoriales la DC Comics se inventó dos universos paralelos, la Tierra-1 (con Supergirl) y la Tierra-2 (con Power Girl).
Y eso, simplemente, me ha hecho pensar en lo curioso, puede que revelador, que sería conocer un universo paralelo en el que las personas fuéramos básicamente las mismas, pero habiendo tomado decisiones distintas. En esa hipotética Tierra-2, por ejemplo, estoy segura de que Jessica Jones sería lesbiana y el amor que sentiría por Jenny no podría calificarse precisamente de fraternal, y yo tal vez fuera guionista de cine o viviera en otra ciudad, y el 17 de mayo no habría necesidad de celebrar el Día Internacional contra la LGTBfobia, y ninguna pareja de mujeres reprimiría un beso en público. Pero, como por ahora solo conocemos la Tierra-1 y vete a saber cuándo serán posibles los viajes interdimensionales, deberíamos practicar ya la toma de decisiones correctas. Para empezar, emplazo a ilustradoras, poetas y narradoras a crear una héroe lesbiana que no tenga necesariamente una talla 100 de pecho ni vista con falda o vaya semidesnuda. Y, las demás, simplemente vivamos con honestidad y valentía, sin miedo a los juicios ajenos, y besémonos delante del mundo. Nos sobran los superpoderes para ello.