Siguiendo el camino abierto por Caitlin Moran de hacer del feminismo algo divertido y ameno, nos llega una escritora patria afín a ese mismo estilo, Diana López Varela.
Como nuestra querida Caitlin, Diana forma parte de lo que se conoce como el fenómeno Tits and Wits que ella misma define como aquel “puesto de moda por jóvenes promesas de la literatura y el cine como Caitlin Moran o Lena Dunham que, sin renunciar a su feminidad (entendida como el modo en que a cada una le venga en gana disfrutar de su identidad femenina), se enfrenta a los retos de ser mujer, joven y trabajadora en el siglo XXI”. Y es esto lo que escribe y describe en No es país para coños.
Desde la más fina ironía y con mucho sarcasmo (muchomuchomucho), la pontevedresa hace un feminismo inteligente, que no por ello reñido con accesible, con el que quiere que abramos los ojos ante el machismo que todavía campa a sus anchas en nuestra sociedad. Puede que, en muchas ocasiones, no se aprecie a simple vista, pero está muy incrustado y rascar para quitarlo es tarea imposible cuando hay tan pocas ganas y voluntad. Aunque tengamos una Constitución que impone la igualdad de todos, la realidad todavía está muy lejos de eso, y las mujeres, especialmente las lesbianas, seguimos todavía sometidas al patriarcado. La clase de representación (y en otras la total falta de la misma) que se hace de nosotras deja mucho que desear (hola, diarios deportivos), la propia legislación no ayuda demasiado (hola, leyes del aborto y churro de legislación para la conciliación), y todas esas imposiciones sociales que parece que ya no existen pero que siguen ahí porque mala hierba nunca muere, pues tampoco (hola, gentes que llaman egoísta a las mujeres que no quieren tener hijos).
Todo esto y mucho más es No es país para coños. Un libro necesario que nos explica por qué el feminismo es necesario para poder alcanzar la tan ansiada igualdad y por qué el nuestro, no es todavía un país para coños.
Recuerdo el día que me preguntaron en qué corriente del feminismo me inscribía yo y, tras pensarlo unos segundos, abochornada por mi falta de estudio de las teorías feministas, solté una sesuda afirmación: en la de mi coño.