
Ayer me acordé de ella mientras veía terminar Mindhunter, una serie fascinante a muchos niveles, pero que quizá no es recomendable ver antes de irse a dormir. «Por la noche no puedes ver según qué cosas». Yo, en mi rebeldía treintañera, no le hice caso, y sucedió lo preconizado: no podía pegar ojo. Así que buceé en los respectivos catálogos de streaming que merman mi sueldo todos los meses y, al final, me quedé en Filmin para ver Io e lei. Me la vendieron como comedia romántica y piqué.
He de decir que ya la había visto. No del modo tradicional de, bueno, prestar atención, sino de eso que hacemos a veces los que nos pasamos mucho tiempo delante del ordenador, que es ponerla de fondo y medio verla, quedándonos con cuatro cosas, suficientes para fingir que nos hemos enterado de todo. De ese visionado guardaba un recuerdo agradable, como de historia lésbica amable que puede funcionar para un sábado por la tarde, o algo semejante.
Pero la experiencia de ayer fue diferente. Cuando pasaron los 100 minutos de película, yo estaba chafada y con un «¿Por qué?» gigante en la cabeza.

El problema que tengo con Io e lei no es que sea una mala película, que no lo es. Es entretenida, las localizaciones son muy bonitas, y además se pasan media película comiendo. El problema que tengo es las situaciones que se plantean me parecen creíbles, porque las he visto a mi alrededor en la vida real, y me dan una pena terrible.

Pero una de ellas está todavía dentro del armario. Muy dentro de él. Le molestan los gestos de complicidad de su novia en público. No quiere que hable de ella con personas que no pertenezcan a su círculo íntimo. Y, en definitiva, la niega. Federica niega a Marina, niega su existencia, su relación, y todo lo que tenga que ver con ella y ellas.
Y a Marina le da igual.
Entre tanto aparece un señor del pasado de Federica con el que esta inicia un affaire. Las dos se separan. Blabla. Eso es lo de menos, es un conflicto secundario. Porque cuando Federica quiere volver a casa, pese a haber negado a su novia no tres veces, sino tres millones, Marina tarda una escena en abrirle las puertas de su vida de nuevo.
Supongo que esto tiene que ver con el mensaje del amor romántico que nos han intentado hacer tragar desde que el cine es cine, desde que la literatura es literatura, solo que adaptado con dos mujeres. El amor todo lo puede, y, sobre todo, todo lo merece. Porque si quieres a alguien, está claro que tienes que hacer todo lo posible por estar con ese alguien. ¿Qué más dan ciertas cosas? ¿Qué importa que Federica se porte así con Marina, si se quieren y están enamoradas?
Se supone que que las dos acaben juntas es un final feliz para Io e lei. Muchas lo verán así. A mi me parece un fracaso absoluto, una pérdida de la identidad que no merece la pena. Y me da mucha más rabia que otros finales de otros films que, en principio, son más obvios.

