Si tuviera que explicar por qué me gusta The good fight solamente con dos apuntes, diría que agradezco que esté tan pegada a la actualidad como lo está, y que trate al espectador como alguien inteligente. Con eso, la serie ya sería mejor que el 90% de las ficciones que hay en pantalla, pero es que además es buena. Es muy buena. Es tremendamente buena.
Llevamos ya algunos episodios de la segunda temporada de la serie del matrimonio King, y en la estela de The good wife y de la pasada temporada de esta misma serie, los guiones tienen una calidad abrumadora. En esta tanda de episodios encontramos, además de las tramas episódicas propias de un procedimental como este, tramas más largas en duración, siendo las principales el impacto que Trump está teniendo ya no sólo en la política, sino en la vida de las personas, con más fuerza en aquellas que no le votaron, y un caso de posible asesino en serie de abogados que, hasta ahora, ha despertado menos temor en el bufete del que, posiblemente, debería.
Los 50 minutos semanales de The good fight se disfrutan enormemente. No hay episodio malo, y no hay personaje mediocre. Pero es que, además, la trama de Maia Rindell (Rose Leslie), es la prueba de que las mujeres lesbianas y bisexuales podemos tener una excelente representación en televisión, alejada de clichés absurdos y de tramas repetitivas.
Ya sabíamos que Maia mantiene una relación con Amy (Heléne Yorke). Lo vimos durante toda la primera temporada: las dos viven juntas, las familias se conocen, en el trabajo todo el mundo lo sabe. No hay grandes aspavientos, ni dramas por salir del armario. Pero es que en esta segunda temporada hemos visto con gran alegría que esta relación se ha tratado, una vez más, y esta vez de manera más consciente, para hacer avanzar al personaje de Maia, exactamente igual que si su pareja hubiera sido un hombre.
En el segundo episodio, Maia tiene que asistir al juicio que determinará su responsabilidad en la estafa piramidal de su padre. Si es capaz de probar que no sabía que era eso, una estafa, todo irá bien. Pero si se puede probar que sabía que su padre estaba quedándose el dinero de los inversores, Maia irá a la cárcel. La fiscalía tiene mucho interés en que esto ocurra, y para eso tiene un as en la manga, un testigo sorpresa. Ese testigo es Amy.
Amy testifica que Maia no quiso que sus padres invirtieran en el fondo, y que su novia asintió cuando ella le preguntó si había algún problema. Esto no acaba con la pareja, sino que abre una grieta entre las dos, una grieta que ha terminado de abrirse en el último episodio emitido, el titulado Day 450.
*Ojo espoilers*
Maia y Amy salen de copas con Marissa (Sarah Steele) y su novio policía, y Maia cae en la cuenta de algo que, hasta ahora, no había visto. Amy y ella son aburridas. Se aburre. No hacen nada emocionante. Y ella no sabe lo que quiere, si esa estabilidad aburrida o una aventura que no sabe cómo va acabar. Y es que ha conocido en el bufete a Carine, una asesora del Partido Demócrata. Después de una noche de copas en la que Maia se lo ha pasado fenomenal bailando con ella, y en la que ha pensado que igual era mejor irse a casa antes de no sentir que estaba engañando a su novia sino hacerlo de verdad, cuando Carine sale a despedirla, no puede evitar besarla. Y cuando a la asesora la llaman para trabajar en ese mismo momento, no puede evitar acompañarla. Y cuando se meten en un cuarto cerrado con llave, no puede evitar que pase lo que pasa.
Me gusta muchísimo el personaje de Maia, y me parece que Rose Leslie hace un papel fenomenal. Qué diferente es de la Ygritte que veíamos en Juego de tronos, y de Gwen en Downton Abbey. Ver cómo ha dotado al papel de una personalidad propia tan reconocible es fantástico. Supongo que se nota mi entusiasmo con la serie, pero es que no es para menos: The good fight es, con mucho, lo mejor de la televisión actual.