
Las series de Shonda son excesivas, y de tan excesivas son irreales. Se ve con facilidad en Scandal, donde todos los episodios nos dejan con sensación de cliffhanger y de asombro, abriendo mucho la boca y alucinando en colores. Anatomía de Grey es menos eso y más agitar la cabeza pensando «eso es imposible». Pero es que nos da igual. Bomba, asesino suelto por el hospital, accidente de avión, autobús chocando contra interno, lo hemos tenido todo, y seguimos pegados a los televisores porque es sumamente entretenido.
Con la muerte de Derek la temporada pasada, muchos pronosticaron, yo incluída, que tanta muerte se iba a volver en contra de la creadora. Porque la pérdida de un personaje principal sorprende, pero cuando has matado ya a diecisiete, y del reparto principal te queda solamente una persona, la esencia de la serie de ha diluído hasta no ser prácticamente nada de lo que te gustaba. Pero el caso es que el primer episodio ha sido muy, muy divertido, y a la vez muy emocionante.
Divertido porque la dinámica de Meredith con los otros personajes, ahora que, por lo que parece, ha dejado de ser la veinteañera en busca del amor de su vida, es creíble, y no es el pozo negro de desolación y viudedad que esperábamos, y divertido porque Arizona, pese a que no entiendo bien por qué razón una médico reputadísima y que, bueno, posee un hospital, va corta de dinero, ha recuperado la chispa que perdió la temporada anterior con todo ese rollo de la mentora moribunda. Si mantienen eso, los personajes están salvados.

La televisión es muchas cosas, pero a bien seguro una de ellas es entretenimiento. Pocas producciones pueden decir que han durado doce años, y menos aún las que lo han hecho manteniendo el toque. Cuando Shonda quiere, lo hace. Y a esta season premiere le ha puesto muchas ganas. Que dure.




