En la Alemania del período de entreguerras el colectivo LGTB vivió una breve Edad de Oro. Durante la República de Weimar los cabarets y los clubes, en los que mujeres femme y mujeres butch podían relacionarse bajo el beneplácito de lo políticamente correcto, consiguieron que Berlín se tiñese de color y de un principio de libertad y aceptación que no tardaría mucho en desaparecer. Porque luego llegó Hitler. Y la Segunda Guerra Mundial. Y la persecución de etnias, religiones y personas LGTB.
El 27 de enero se celebra, desde 2005, el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. En ese genocidio de genocidios se estima que fueron asesinadas o murieron entre 12 y 15 millones de personas. Los judíos, marcados con su Estrella de David. Los hombres gais con un triángulo rosa. Y las mujeres lesbianas con un triángulo negro que englobaba, como una definición muy extensa, a las personales “asociales”.
Porque las leyes nazis no prohibían abiertamente el lesbianismo, y ese triángulo negro genérico podía acabar en los uniformes de anarquistas, gitanos, alcohólicos, prostitutas o lesbianas. Al contrario que la homosexualidad masculina, que sí estaba penada en el Párrafo 175 del código criminal alemán, el lesbianismo se encontraba en un vacío legal propiciado por el machismo nazi.
La homosexualidad femenina no estaba penalizada per se porque era “visto para los oficiales nazis como algo ajeno a la naturaleza de la mujer aria”, esa naturaleza que debía marcar en su ADN ser una mujer dócil y sumisa, al cargo de los niños y sirviendo siempre a su marido.
La mentalidad nazi reducía a la mujer a un mero ente servicial, y le negaba por definición la potestad, el derecho o la libertad de sentirse atraída o no por otra mujer. Implícitamente se consideraba que el lesbianismo no suponía un problema relevante para el régimen nazi seguramente porque la mujer en sí no suponía implícitamente un problema relevante para el régimen nazi.
Así que aquí no podemos hablar si quiera de homofobia. Hablamos de un machismo estructural que negaba a las mujeres la propia definición de homosexual, como pasa hoy en día, y no en el siglo pasado, en muchos países del mundo que penan la homosexualidad masculina pero la femenina no, o no con los mismos castigos, porque ni si quiera se contempla que una mujer pueda ser lesbiana.
Muchas de las mujeres lesbianas que el régimen de Hitler apresó y asesinó fue, no directamente por quién amasen, sino bajo la etiqueta de prostitutas o “asociales”, y muchas de ellas acabaron en el campo de concentración de Ravensbrück.
Es muy difícil, en general, saber cuántas personas LGTB fueron asesinadas durante esa época negra de la historia. Según PinkNews, los nazis arrestaron a 100.000 personas por su orientación sexual. Encarcelaron a la mitad y 15.000 de ellas fueron enviadas a campos de concentración. Y según el Memorial Museum de Washington, fueron al menos 70.000 las personas “asociales” -donde presumiblemente se encontraría el mayor número de lesbianas- asesinadas.
No sabemos los datos exactos, y nunca los sabremos. Ni de las mujeres lesbianas asesinadas, ni de los hombres gais, y en general del total de personas que fueron aniquiladas bajo el régimen de Hitler. No se necesita un número concreto para celebrar el Día Internacional en su memoria, aunque el 27 de enero -día de 1945 en el que se liberó el campo de concentración de Auschwitz- no es el único símbolo con el que se honra a todas esas personas.
La comunidad LGTB ha incluido históricamente en su simbología el triángulo rosa y el triángulo negro con los que los homosexuales eran señalados por los nazis, como un símbolo de orgullo y solidaridad. El negro también es un símbolo feminista, mientras que el rosa se intentó reivindicar como símbolo del Orgullo, aunque voces discordantes remarcaron que ese triángulo fue concebido exclusivamente para hombres gais y que, por tanto, no puede ser un emblema de la lucha común de lesbianas y gais.
“La universalización del triángulo rosa hoy en día hace que las lesbianas sean casi tan invisibles como lo hicieron los triángulos negros en el pasado”, argumenta R. Amy Elman.
Sea como fuere, apropiarnos de fechas históricas y de símbolos que en su día fueron sinónimo de muerte para celebrar la vida, para mostrar orgullo y para que sirvan para no olvidar jamás el pasado y que no vuelva a repetirse, es el mejor homenaje que podemos hacerle a esas 15 millones de personas.