Cuando hablo con mis amigas de juguetes sexuales y menciono que tengo varios vibradores, a veces se asustan. Al principio pensaba que era por puro desconocimiento, así que simplemente hacía caso omiso de sus negativas a probarlos, pero ahora tengo cada vez más curiosidad por saber qué les hace decir ‘no’ a estos productos.
He estado investigando, preguntando a diferentes personas y creando debate sobre el tema, y me ha sorprendido descubrir que la mayoría de ellas no quieren probar un vibrador porque aseguran tener suficiente con métodos tradicionales. Perdonadme por ser tan pedante, pero esto es lo que yo conozco como argumento ad antiquitatem. Un argumento ad antiquitatem es una falacia que consiste en afirmar que algo es verdadero porque así se ha venido haciendo desde el pasado. Un ejemplo: “No voy a probar un vibrador porque siempre he disfrutado con el sexo oral”. Vamos, ¿dónde se nos ha perdido el espíritu aventurero?
Podría daros miles de razones para que os animéis a usar un vibrador, pero comenzaré por una muy sencilla y obvia: os dará muchas alegrías. El masaje sobre las zonas erógenas aumenta la excitación y, a partir del momento en el cual probéis la vibración directamente en el clítoris, descubriréis que facilita y acelera el orgasmo. En otras palabras, el orgasmo que se puede alcanzar con un vibrador es diferente al que se alcanza con los dedos. ¿No os despierta ni un poquito la curiosidad?
Además, podéis usar el vibrador solas o con vuestra pareja, convirtiéndolo en el protagonista de vuestros juegos, o como un complemento más. Si decidís comprar uno con diferentes modos de vibración será interesante descubrirlos y ver cómo vuestro cuerpo reacciona a cada uno de ellos. A la que os canséis la vibración podéis usarlo como un dildo y ya tendréis dos juguetes en uno. Es más higiénico —se limpia lavándolo con agua y jabón— y no se estropea con facilidad.
Para todas aquellas que tengáis terror a los objetos con forma fálica, no tenéis de qué preocuparos. Hay una amplia gama de masajeadores de uso externo con vibración que no la os recordarán en absoluto. Por ejemplo: Layaspot del fabricante alemán Fun Factory, un vibrador para estimulación exterior con botones y muy fácil de manejar; Nea de Lelo, recargable y con cinco modos diferentes de vibración; Lastic Pocket Vibe de Adrien Lastic, de bolsillo y con orejas de conejo o el Mini vibrador Octopus Five, un masturbador en forma de pulpito especial para zonas erógenas.
Las opciones son muy variadas y los precios dependen del fabricante. Algunos son más asequibles que otros, aunque siempre depende de factores como los materiales, el tamaño, la sonoridad, la impermeabilidad, etcétera. Incluso existen otros juguetes que tienen un resultado similar a pesar de ser muy diferentes. Pero… de eso ya hablaremos en otra ocasión.
En resumidas cuentas, tener un vibrador es una opción higiénica, placentera y al alcance de todos lo bolsillos. Lo más complicado es encontrar el que mejor se adapte a nuestras necesidades —y esconderlo, si no tenemos mucha intimidad—. Tenerlo o no tenerlo, esa es la cuestión.