Cuando la gente piensa en el hecho de salir del armario les suena a experiencia de una sola vez, pero nosotras sabemos que eso no es verdad, que siempre estamos conociendo gente a la que le acabamos contando que las rubias nos vuelven locas (sabéis que no soy solo yo). Nos pasamos la vida saliendo del armario, y al final echas la vista atrás y ves una cosa: variedad. Porque hay muchas maneras de hacerlo, unas más complicadas que otras, algunas llevan más tiempo, a veces se planean, y otras vienen en formato sorpresa (a ver en lo que estamos pensando, que os conozco, malditas). Pero también están las que se desarrollan de una manera más cómica, o extraña, y eso es lo que me gustaría compartir hoy aquí, porque no todo tiene por qué ser drama, aunque en el momento lo parezca. Así, pues, voy a abrirme en canal y a contaros cómo supo mi madre que había llevado el tema de la repostería demasiado lejos (¡badum tsss!). (Lo siento, no volverá a pasar).
‘No hace falta salir del armario con mis padres mientras no tenga alguien a quien presentarles. Cuando tenga novia ya se lo diré’.
Ese era mi plan desde que, entre los 12 y 13 años, me di cuenta de que en algún momento de mi vida tendría que hablar del tema con ellos. Pues bien, a mi madre no debía gustarle mi plan.
Yo no hablo de estas cosas con mis padres. Son abiertos, no tienen ningún problema con el asunto, pero soy de esas personas que corre cual gacela en el Serengueti cuando ve que una conversación medianamente seria se asoma entre los hierbajos, y eso incluye cualquier referencia a actuales o futuros/as novios/as. No creo que mi vida amorosa tenga que ser discutida en la mesa, mientras me pongo roja nivel “menos mal que la cara no la tengo a la altura del ombligo porque se me esta acumulando tanta sangre en ella que si el cerebro pillara algo más lejos podría sufrir un ictus ahora mismo”. Es parte de mi vida privada y no me gusta hablar de ello,̶ ̶e̶x̶c̶e̶p̶t̶u̶a̶n̶d̶o̶ ̶l̶a̶s̶ ̶p̶o̶s̶i̶b̶l̶e̶s̶ ̶1̶5̶ ̶a̶m̶i̶g̶a̶s̶ ̶c̶o̶n̶ ̶l̶a̶s̶ ̶q̶u̶e̶ ̶v̶o̶y̶ ̶a̶ ̶h̶a̶b̶l̶a̶r̶ ̶s̶o̶b̶r̶e̶ ̶e̶l̶ ̶t̶e̶m̶a̶, ̶d̶r̶a̶m̶á̶t̶i̶c̶a̶m̶e̶n̶t̶e̶, ̶d̶u̶r̶a̶n̶t̶e̶ ̶u̶n̶ ̶t̶i̶e̶m̶p̶o̶ ̶i̶n̶d̶e̶f̶i̶n̶i̶d̶o̶.̶
Así que, ahí estoy yo, a mis ¿15? años, creyendo que me libraré de por vida de tener la conversación. ILUSA. La culpa fue mía por no verlo venir pese a las señales con luces de neón. Cuando tu madre empieza a hacerte “bromas” del tipo ‘¡Uy! Mucho estás quedando con X, a ver si vais a ser novias y no nos estás contando nada’ con cara de pillina, o te grita que dejes de hablar con el rubio (así se denominan en mi casa a los novios) para que vayas a cenar, y tras un silencio desaparece mientras grita ‘¡o rubia!’, preocúpate. Da igual lo mucho que intentes disimular tu cara de poker, acompañada de un ruidoso e incómodo ‘JAJAJA’ mientras buscas con la mirada la cara de apoyo de tu hermana – que lo sabe desde hace tiempo -. Te tiene pillada.
Tú, inocente de la vida, das por hecho que lo sabe, CLARO QUE LO SABE, así que has conseguido evitar la conversación, pese a la existencia de un par de momentos incómodos que han terminado valiendo la pena. ¡Has ganado! O eso crees…
Os pongo en situación: Mañana hay huelga en el colegio y no tenéis clase. Decidís quedaros un rato extra con vuestras amigas, aprovechando que no madrugais y llegáis algo tarde a casa. Al entrar por la puerta vuestra madre os echa la bronca por llegar tarde porque puede que vosotras no, pero el resto en esa casa sí que madruga. Castigada: sin cenar a la cama.
¿Qué acaba de pasar?
Mi madre no castiga. Nunca. No que yo recuerde. Amenaza, pero no cumple. ‘He hecho cosas peores que llegar 45 minutos “tarde” a casa, ¡es ridículo que lo hagan por esto!’.
No sé cuanto tiempo estuve en mi habitación, pero yo juraría que una hora fácil.Ahora es necesario explicaros que, aquí, la menda, duerme en la litera de arriba de un cuarto compartido. Mi cama está a más de 1.75m de altura, lo que, en mi casa, donde solo vivimos bajitos, me concede uno de los pocos huecos de “privacidad” entre estas cuatro paredes.
Excepto ese día.
Oigo que se abre la puerta y pienso en que será mi hermana, que viene ya a la cama porque es tarde, pero es mi madre. Me hago la dormida, que para algo llevo una hora en la cama, e ignoro su presencia. No funciona. Empieza a preguntarme qué ha pasado y el por qué de llegar tarde. A ver, ¡si me mandas a la cama para que duerma no puedes entrar una hora más tarde haciendo preguntas sin comprobar al menos si estoy despierta! Le explico vagamente que mañana no hay clase y que he estado un rato con mis amigas.
Y… el mundo se vuelve loco. La mujer decide cambiar de tema y se pone a decir que ella ve cosas, cual niño del sexto sentido, mientras empieza a subir las escaleras de la litera. Entro en pánico. ‘¿QUÉ HACE? ¡No puede subir aquí! ¿Dónde me voy a esconder yo?’ Me siento invadida. Empieza a enlazar preguntas que yo no respondo fingiendo que estoy medio dormida y que mi cerebro no ha espabilado aún, y busco refugio bajo las mantas mientras mi madre intenta retirarlas. En medio de la lucha por ver quién se queda con ellas, mi madre pregunta: ¿Tú que condicion tienes? Yo ya sé que no quieres hablar de estas cosas conmigo pero… ¿te gustan las chicas o los chicos?
¿Que qué condición tengo? Si mi cara era un poema antes, después de la pregunta no quiero ni pensar.
Estaba tan nerviosa que ni siquiera me escuche responder ‘los dos’. En cuanto escuche la palabra ‘bisexual’ mis oídos pulsaron el botón “sordera de emergencia”, como cuando el cuerpo no aguanta más dolor y decide que es mejor desmayarse, y juro que a día de hoy sigo sin saber que me dijo en los siguientes minutos. Bajó de la cama, se fue de la habitación, y en cuanto cerró la puerta llegó el momento ‘OH DIOS MIO’. No me acordaba de lo que me había dicho, ni de lo que yo le había dicho, ni de cómo pasó la tía jodida de echarme la bronca por llegar tarde, a acosarme y preguntarme por mi sexualidad.
Total, en aquel momento me pareció un drama (a los 15 TODO es un drama), pero ahora me hace muchísima gracia imaginar a mi madre subiendo por la litera mientras yo entraba en pánico e intentaba arrancar la manta de los pies para hacer la CROQUETA, JAJAJA. Ya paro.
¡Y así es cómo os he metido una chapa increíble sobre cómo en mi casa todo sigue tan (o incluso más) raro como antes! Hacedme saber en los comentarios cómo habríais combatido vosotras la subida de vuestra madre a la litera. ¿Le habríais tirado cosas? ¿Habríais saltado y corrido a encerraros en el baño? A mi yo de 15 años (y al actual) le encantará conocer vuestras propuestas.