Cuando Carol de Patricia Highsmith se publicó, rompió el molde en el que se habían creado hasta el momento las novelas lésbicas. Más de medio siglo después, con una tasa de mortalidad ya bastante más baja en el gremio, aunque todavía con mucha tragedia griega en la isla de Lesbos, sigue estando en lo más alto de la literatura LGTB.
Con Carol, por primera vez en un libro, se representaba una relación amorosa entre dos mujeres con total naturalidad, sin connotaciones negativas ni enajenaciones mentales ni ninguna otra clase de perturbación de por medio que las castigase por haberse alejado del buen camino de la heterosexualidad. Carol y Therese son dos mujeres normales y corrientes que, además, tienen el honor de ser las primeras croquetas literarias que llegan al final de la historia con sus funciones cardiorrespiratorias y encefálicas intactas, en otras palabras, tienen un final feliz. Doblete.
Carol nunca fue como los demás libros, siempre destacó y seguirá haciéndolo. Parte de su magia está en la sencillez y universalidad de la historia y la otra, en ese algo tan especial que tienen los mejores libros y que resulta imposible de explicar. Dos personas se encuentran por casualidad y se van conociendo, la una a la otra y a sí mismas. Ya está. Ni más, ni menos. Cualquier persona podría identificarse con ellas con independencia del lado de la acera desde la que lo estén leyendo y, si no lo hacen, decidles de mi parte que es que están muertos por dentro. Pero que muy muertos, oye.
Lo que sentía por carol era casi amor, pero carol era una mujer. no es que fuera una locura, es que era felicidad.
Todo ello aderezado con el suspense marca de la casa de la Highsmith quien, cuando ideó la historia, no se preocupó tanto de su contenido como de su estructura. A Patti la inspiración le vino mientras trabajaba en la sección de juguetes de unos grandes almacenes de Nueva York cuando, una mañana, una mujer alta y rubia le compra una muñeca.
Tras haber sido rechazado por el editor con el que ya había trabajado con Extraños en un tren, el libro terminaría publicándose como una novela pulp de 25 centavos en una edición cutroncia y con un diseño de portada que dan ganas de arrancarse los globos oculares, bajo el título de The price of salt y el seudónimo de Claire Morgan. Highsmith quería comprobar cómo respondían los lectores sin estar influenciados por su orientación sexual o estatus. De forma inmediata, lo petó a lo grande. Vendió más de un millón de copias, agotó la tirada, se rumorea que hasta influenció a autores como Nabokov, y se le montó un dedicado club de fans en torno a ella que le llenaron el buzón de cartas dándole las gracias por la historia y por haberle infundido esperanza en una época no conocida por ser gay-friendly precisamente.
Pese a la importancia del libro, pasó sin pena ni gloria a ojos del lector medio y de los críticos, que nunca le prestaron demasiada atención por no haber sido atribuido a ningún autor conocido durante más de 40 años hasta que Patti asumió su autoría. No sería hasta 5 años antes de su muerte que volvería a publicarse sin llegar a recibir todavía un reconocimiento directamente proporcional a su calidad. Esperemos que eso cambie con el estreno de la película y todo el mundo corra a hacerse con un ejemplar que sobar y disfrutar.