Si la copla ha salido de los cajones de las abuelas para convertirse en algo celebrado e imprescindible es, en buena parte, gracias a ella. Martirio, Maribel, ha hecho más por la cultura de este país que muchos otros que se cuelgan medallas y nos hacen comulgar con su opinión a la mínima de cambio. Es una renovadora, una visionaria, pero, sobre todo, es un ser infatigable, siempre persiguiendo lo más importante: su pasión.
Contaba en una entrevista cómo había sido su entarda en el mundo de la música: “Me casé con 19 años y tuve a Raúl [Rodríguez, hoy celebrado guitarrista]. Dejé la Universidad y me lancé a trabajar de auxiliar de clínica. Sentía un impulso creativo muy grande, había estudiado guitarra pero no tenía dedos ágiles. Y terminé en Jarcha, un grupo esencialmente coral”.
Corrían años convulsos, en los que la música servía como modo de protesta, y Jarcha fue uno de los grupos más populares. Cantaban a la libertad, a los trabajadores del campo, al andalucismo, y a las raíces, pero también pusieron música a algunos de los versos más eternos de la lengua castellana.
Quiso la vida que el destino de Maribel se cruzara con el de otro grande, Kiko Veneno. El cantante necesitaba coristas para su disco, y ella colaboró con él. Este encuentro daría más adelante unos frutos de los que todavía nos podemos regocijar. A partir de 1986 se puso las gafas de sol que se convertirian en su señal de identidad, y las peinetas, y lanza su primer disco, Estoy mala.
La copla había vivido durante más de 40 años con el estigma de haber sido la música oficial del franquismo, pero aunque eso fuera así, no dejaba de ser tampoco la infancia y las raíces de toda una cultura. Martirio supo aunar la tradición con la modernidad, la copla con el rock, el flamenco con los nuevos ritmos, y habló de la nueva realidad de todo un país con acento de Huelva. Cantó de separaciones, de la independencia de la mujer, de romances, del hartazgo de la vida, de la rutina de las amas de casa, y de mil cosas más. La Movida, de la que se enteraron cuatro, bebía de lo que traían los que viajaban a Londres. Martirio hablaba de lo que vivían las mujeres de aquí, las que no veían Inglaterra más que en la televisión.
Pero no sólo bebe de la copla y sevillanas: tras conocer al pianista Chano Dominguez comienza a interesarse por el jazz, y el resultado se plasma por dos ocasiones. Primero, en 1998, en Coplas de madrugá. Más tarde, en 2004, en Acoplados.
Su voz es perfecta para este tipo de composiciones íntimas y cálidas, cualidades que se pueden aplicar también a su registro. Contenida, precisa, calmada, grave. Sin estridencias. No tiene un gran chorro de voz. Pero es que tampoco hace falta. Donde esté un susurro suyo, que se quite todo lo demás.
En Flor de Piel y Mucho corazón, los dos álbumes con los que cerraría los años noventa, la de Huelva viaja por el bolero y el tango, haciéndolos suyos, impregnándoles nuevos ritmos. Es precisamente de Flor de Piel de donde extraigo mi canción favorita, una versión de Chavela Vargas.
Precisamente a Chavela le dedicó todo un disco, titulado De un mundo raro, en donde las diez canciones que hay son diez tesoros.
Martirio ha celebrado recientemente sus treinta años encima de los escenarios. Manolo Otero, otro cantante, tenía una canción que se titulaba Conocerla es quererla. Algo así debe pasar con Maribel. Con cada escucha, inexorablemente, se te mete más en el corazón.
Por cierto, Anna, si me estás leyendo, gracias por descubrirmela 🙂