La que es a día de hoy considerada como una de las mejor poeta norteamericanas, Emily Dickinson, vivió toda su vida en el anonimato. Fue una prolífica poeta, escribió más de 1700 poemas, pero no más de los que pueden contarse con los dedos de ambas manos fueron publicados en vida. Su vida fue, y sigue siendo, un misterio. Probablemente, estemos ante una de las mujeres de la literatura de la que tenemos más interrogantes que respuestas.
Estamos ante una mujer callada, privada, que mostraba de poco a nada de puertas para fuera, pero que no se contenía cuando se trataba de sus poemas. Rabia contenida, emoción y, sobre todo, pasión, es lo que encontramos en sus versos. Unos versos que tienen como temas centrales la muerte, la existencia, la naturaleza y el amor, a veces hacia un hombre, otras hacia una mujer.
Fue su cuñada, quien se cree que fue su inspiración para estos últimos, Susan Huntington Dickinson, con quién mantenía una activa correspondencia y una de las pocas personas con las que mantuvo el contacto durante los últimos veinte años de su vida. Años durante los cuales se mantuvo recluida en su casa, en soledad, evitando cualquier compañía. Ella, escritora y editora, sin embargo, era una de las escasas excepciones. Charlaban de libros, intercambiaban su opinión sobre ellos y compartían los pasajes que más les habían impresionado. De ahí saltaban a otros temas y, entre ellas, llegaría a crearse una conexión e intimidad que no lograría alcanzar con nadie más por aquel entonces.
Susan se convirtió en su amiga más íntima, su confidente, y una de las pocas a las que Emily le permitió leer sus poemas. A ella le llegó a decir que “A excepción de Shakespeare, has compartido conmigo más sabiduría que cualquier otro ser humano. Decir eso sinceramente es una inusual alabanza”. Ambas mantuvieron una profunda e intensa relación de amistad que muchos calificaron como un mero amor platónico de colegiala por parte de Dickinson, pero las cartas que ambas se enviaban revelan que entre ellas existía una relación que iba mucho más allá que eso. Su hermano, quien mantuvo durante muchos años una relación extramatrimonial, incluso llegaría a enfadarse y molestarse profundamente cuando se enteró de la proximidad existente entre ambas.
Como todo lo que rodea la vida de Emily Dickinson, su relación con Susan siempre ha sido objeto de muchas conjeturas e hipótesis de las que nunca podremos saber a ciencia cierta cuánto de verdad llevaban, pero es ahí donde reside su encanto, en las sombras que todavía existen sobre ella y que nunca llegaremos a iluminar del todo.