Creo que puedo hablar en nombre de todas nosotras si digo que Disobedience es la película que más ganas teníamos de ver de las que se preveía su estreno este año. También creo que puedo hablar en nombre de todas nosotras si digo que ninguna se esperaba la noticia que recibíamos de que no fuera a tener fecha de estreno en España.
En ningún momento pensé en Disobedience como una película que fuera a ser un taquillazo, las películas LGBT no suelen serlo, ni tampoco a ser distribuida a gran escala, pero sí al menos a nivel cines pequeños e independientes. Con dos actrices de la talla de Rachel McAdams y su tocaya, Rachel Weisz, un director oscarizado, Sebastián Lelio, por Una mujer fantástica, además de unas notables críticas (a día de hoy tiene un 89% en Rotten Tomatoes), lo último que se me pasó por la cabeza era que el único lugar donde podríamos disfrutarla fuera el salón de nuestra casa.
Una vez más los actos, que siempre valen más que las palabras, nos vuelven a demostrar que no hay hueco para nuestras historias, que no interesan demasiado y que no vale la pena apostar por ellas. Y es que Disobedience, como cualquier película lésbica, tiene la carga de ser una historia no sólo de mujeres, sino que además de mujeres a las que les gustan otras mujeres. Por tanto, historias que se ven como carentes del suficiente atractivo para llevar público a una sala de cine. Resulta significativo que este año hayamos podido disfrutar de la maravillosa Call me by your name y vayamos a poder hacer lo mismo con la esperadísima Con amor, Simon en verano, pero en cambio nosotras no conseguimos que nos hagan ni un hueco en la cartelera.
Nos gusta ir al cine y nos gustaría tener también la posibilidad de sentarnos en la butaca con nuestras palomitas a disfrutar de historias que nos toquen de cerca, que tengan personajes en los que nos veamos reflejadas y que hablen de nuestras realidades. Pero se ve que nada, chicas, que somos poco rentables y generamos poco interés.