
Lo que empezó como un biopic sobre una boxeadora lesbiana ha terminado convertido en un combate real fuera del ring. Ruby Rose ha estallado públicamente contra Sydney Sweeney acusándola de “arruinar” Christy, la película sobre la campeona de boxeo Christy Martin, y de haber desplazado a quienes realmente podían entender la historia que se contaba.
La película, que retrata la vida de Martin, incluyendo su salida del armario, su ascenso en el boxeo femenino y la violencia que sufrió a manos de su entrenador y marido, se estrenó en más de dos mil salas en Estados Unidos, pero ni el nombre de Sweeney ni la fuerza del relato evitaron el batacazo: apenas 1,3 millones de dólares en su primer fin de semana. Sweeney intentó defenderse diciendo que “no siempre hacemos arte por los números”, pero Ruby Rose no se mordió la lengua: “Eres una cretina y arruinaste la película. Christy merecía algo mejor”, escribió en redes.
Más allá del drama, el enfado de Rose tiene un fondo muy importante. Christy Martin nació como Christy Renea Salters en 1968 en Virginia Occidental. Desde niña fue atleta y pronto se dio cuenta de que se sentía atraída por chicas. En el instituto mantuvo una relación secreta con una compañera de baloncesto, aunque lo ocultó por miedo al rechazo. En su autobiografía y entrevistas, Martin relata que sufrió abusos sexuales cuando era niña, algo que marcó profundamente su vida.

En lo deportivo, Martin se convirtió en una de las pioneras del boxeo femenino, logrando popularizar el deporte en los noventa. Pero detrás de los combates había un infierno personal: en 1991 se casó con su entrenador y mánager, James V. Martin, mucho mayor que ella. Él se convirtió en su maltratador. Durante años la controló, la humilló y la amenazó con matarla si intentaba dejarle. La violencia culminó en 2010, cuando la apuñaló y le disparó. Christy, gravemente herida, consiguió huir y salvar la vida. Años después, él fue condenado a prisión.
En 2017, Martin se casó con su pareja, la también boxeadora Lisa Holewyne, reivindicando su identidad y construyendo una nueva vida en libertad. Su historia no es solo la de una superviviente, sino la de una mujer LGBT que abrió camino en un entorno dominado por hombres y silencio.
La pregunta flota en el aire: ¿quién debe contar las historias LGBT? No se trata de que las actrices hetero no puedan hacerlo, sino de reconocer que cuando se habla de vivencias marcadas por la discriminación, la violencia o la resiliencia queer, la representación importa. No solo delante de la cámara, también detrás. Y si una película sobre una boxeadora lesbiana termina diluida en el star system y los egos de Hollywood, algo se ha quedado fuera del guion.

La figura de Christy Martin merecía un retrato valiente, no solo por su papel en el boxeo, sino porque fue una de las primeras mujeres abiertamente lesbianas en un entorno machista y violento. Ver cómo su historia acaba siendo otro producto más del algoritmo duele. Y ver a Ruby Rose, que ha sido un icono de la visibilidad LGBT tanto dentro de un plató como fuera, quedarse fuera del proyecto que ayudó a impulsar, todavía más.
En el fondo, esta pelea entre actrices revela algo que llevamos tiempo diciendo: las historias queer necesitan voces queer. No por exclusión, sino por autenticidad. Porque si no, lo que debía ser una historia de resistencia acaba pareciendo solo una mala película sobre boxeo que no le interesa a nadie.

