En 1997, el mundo asistió con asombro a una situación inédita hasta el momento. Una joven Ellen DeGeneres pisaba el plató de Oprah Winfrey nerviosa como nunca la hemos visto antes, para sentarse frente a la presentadora y decir por primera vez en un plató de televisión esas temidas palabras: “Sí, soy lesbiana”.
Yo no recuerdo muy bien ese día porque por aquel entonces era solo una adolescente y no de las confundidas: ni siquiera se me había pasado por la cabeza la posibilidad de ser gay. Pero creo que fue la primera vez que escuché esa palabra, esa infame palabra: LESBIANA. Y fue también la primera vez que por fin pude relacionarla con la cara de alguien, ya que, hasta entonces, para mí “lesbiana” era un concepto borroso, algo que tus padres te explican solo de pasada, cuando surge en una conversación y no les queda más remedio que contestar a tus preguntas.
Pero a muchas de nosotras Ellen DeGeneres nos quedaba muy lejos, demasiado, para convertirla en un referente al que agarrarnos en los peores momentos. Además, en España ni siquiera emitían el show de Oprah Winfrey, que fue el lugar en el que, años más tarde, escucharía algunas de las tonterías más bochornosas sobre orientación sexual que se hayan dicho en televisión.
El pasado día 14 de febrero, otra Ellen, igual de nerviosa pero más joven que la anterior, decidió someterse al escrutinio de su vida privada, y aferrada a un atril transparente, frente a una audiencia igual de intimidatoria, volvió a pronunciar esas temidas palabras: “Sí, soy lesbiana”.
¿Qué ha cambiado, entonces, de esa Ellen a esta Ellen?
Muchas cosas. Pero también muy pocas.
Lo primero que ha cambiado es la reacción pública del público. Espero que me permitáis la redundancia, porque viene muy a cuento, y me explico: cuando Ellen DeGeneres salió del armario, la gente todavía se creía con el derecho e incluso la responsabilidad moral de atacar públicamente a los homosexuales.
Desconozco cuántas de nuestras lectoras han visto este episodio del show de Oprah. Si no lo habéis hecho, os lo recomiendo encarecidamente. Para mí es casi un peaje obligatorio para toda mujer a la que le gusten las mujeres, da igual si eres bi o lesbiana, porque, viéndolo, comprendes los pasos tan duros que hemos tenido que dar entre todas para llegar adonde estamos ahora.
Ese día Ellen DeGeneres se enfrentó a una especie de careo policial de una hora, respondiendo con paciencia infinita a una audiencia que no estaba dispuesta a debatir de manera educada o sosegada por qué, según ellos, los gays debían seguir armarizados. Muy al contrario, la gente plasmó sus puntos de vista con una ferocidad y una agresividad a la que ya no estamos acostumbrados. Hablaban de la Biblia. De pecado. Del terrible ejemplo para los niños. De enfermedades. Sida. Lujuria. Infidelidad. Eso era para ellos la homosexualidad. Esas eran las únicas referencias que tenían de los homosexuales. Y los que no estaban de acuerdo… casi todos se callaron.
Es cierto que, en la actualidad, muchas personas siguen con el mismo soniquete, continúan aferrados a esas creencias de que la homosexualidad es una de las grandes lacras y, por lo tanto, debe ser combatida y erradicada. Pero hay una diferencia: si de veras son mayoría, en algunos países empiezan a ser una mayoría silenciosa.
Cuando Ellen Page salió del armario el pasado 14 de febrero, fueron más las muestras públicas de afecto y apoyo que las de crítica y condena. Y quiero enfatizar lo de “públicas”, que obviamente no es lo mismo que privadas. En el año 2014 empieza a estar socialmente mal visto condenar abiertamente la homosexualidad. Ya no es de recibo. No es educado ni respetuoso. No es “cool” echar pestes de los gays. Si ahora alguien tacha a un homosexual de enfermo, se suele encontrar con otra persona que le responde y rebate con igual o más fiereza.
Esto no ocurría ni por asomo en la época de Ellen DeGeneres. Y para mí es lo que ha cambiado.
Pero no quiere decir que hayamos erradicado la intolerancia. Estoy convencida de que muchas personas se muerden la lengua cuando están en público porque no quieren ser el objeto de crítica. Pero, luego, en la soledad y seguridad de su casa, durante las conversaciones de almohada con sus heterosexuales parejas, dan rienda suelta a lo que verdaderamente piensan.
Hay mucha gente que es tolerante de cara a la galería, pero lo son siempre y cuando no haya grandes cuestiones de por medio. Cuando el objeto de debate son la adopción, el matrimonio, la igualdad, los derechos civiles, entonces empiezan a surgir las dudas. Entonces ya no es tan “cool” para todos apoyar a los homosexuales. Es decir, homosexualidad sí, pero con restricciones.
Y esto, para mí, es lo que NO ha cambiado, y por lo que tenemos que seguir luchando. Para que sí cambie.
De las declaraciones de Ellen DeGeneres a Ellen Page han pasado 17 años. Ni la una ni la otra fueron las primeras valientes mujeres en dar un paso al frente, quitarse la careta y decir: sí, soy lesbiana. Pero tienen una cosa en común: las dos son figuras públicas conocidas por todos nosotros, un referente de la cultura popular, y el impacto de sus declaraciones en la sociedad ha sido, por lo tanto, mucho mayor que el que pudiera causar una Martina Navratilova en un círculo más específico como el tenístico.
La salida del armario de DeGeneres fue una de las más sonadas en su país y a nivel internacional. Todo el mundo tenía algo que decir al respecto, todos tenían una opinión sobre ¡la vida privada! (porque sigue siendo parte de la esfera privada con qué adulto te acuestes o dejes de acostarte) de la presentadora y todos los medios de comunicación, sin excepción, se hicieron eco de la noticia.
Curiosamente, a Ellen Page le está ocurriendo lo mismo. Lo hemos visto en El Mundo, El País y, claro, también aquí, en HULEMS, porque incluso para nosotras, tan necesitadas como estamos de figuras que nos representen, es un bombazo que una cara conocida diga que es lesbiana.
Es decir, tanto tiempo después sigue siendo noticia que un personaje público salga del armario, especialmente si es alguien joven y con toda su vida profesional por delante. Estamos acostumbradas a que los famosos se sinceren cuando sus carreras ya están en declive, cuando ya nadie se acuerda de ellos porque fueron estrellas en otra época. Meredith Baxter, Kelly McGillis o Samantha Fox son los primeros ejemplos que se me vienen a la mente. Pero no es lo habitual que una chica de la edad de Ellen Page o que un joven como Tom Daley se sinceren públicamente sobre su orientación sexual.
Hay demasiado en juego. Demasiadas presiones, demasiados advenedizos repitiendo incansablemente eso de “no deberías”, “no lo hagas”, “acabarás con tu carrera”. Hollywood y la industria del entretenimiento no concibe la homosexualidad como un patrón de conducta, como algo vendible. Existe una fórmula, un camino marcado previamente por cientos de famosos que lo transitaron mucho antes, y no es deseable que nadie se salga de él.
Tal y como se lamentó Ellen Page durante su discurso del pasado viernes, se nos exigen modelos de conducta. Modelos de vestimenta. De vivir. De SENTIR. Y la homosexualidad no es uno de ellos. No se concibe que una joven, guapa y talentosa actriz, nominada al Oscar, se ponga por montera el mundo y se salga de esas pautas. Y si por la razón que sea, osa hacerlo, se atreve a ser ella misma, el resultado es que se escriben ríos de tinta desdeñando su manera de vestir porque no va al gimnasio con unas mallas bien apretadas y el último diseño femenino de Nike.
No os sorprendo si os digo que estamos muy lejos de que llegue el día en el que un personaje público diga que es homosexual y pase inadvertido entre los cientos de caracteres que tiene una entrevista. Porque cuanto más relevante sea el personaje, más noticia es que salga del armario.
Y por eso la visibilidad sigue siendo terriblemente importante. Cuando la gente dice que Ellen Page está haciendo una gran bola de su orientación sexual, que no es para tanto, que ni siquiera debería haberlo dicho, me recuerda a ese momento en el que una espectadora del show de Oprah le espetó a Ellen DeGeneres que ella podía ser lo que quisiera, pero que no entendía por qué tenía que esparcirlo a los siete vientos.
¿Sabéis lo que le respondió Ellen? “Porque tú no necesitas decirlo, tú no necesitas DAR EXPLICACIONES de tu heterosexualidad”.
Así es. Nosotras necesitamos hacer declaraciones públicas porque, si no lo hacemos, la gente nunca se acostumbrará a ver la homosexualidad como algo normal, como algo que no es una amenaza ni define a una persona.
Pero para que realmente llegue ese momento no basta con que lo diga una Ellen. U otra Ellen. Lo que necesitamos es que haya tantas Ellens que la gente se HARTE de escucharlo y ya no sea una novedad, para que ya no esté en las noticias. Solo así conseguiremos que deje de ser algo excepcional que una actriz famosa diga que le gustan las mujeres.
Por desgracia, y aunque es cierto que cada día son más los jóvenes LGBT que se deciden a dar el paso (no se me olvida que Wentworth Miller, Raven Symoné, Monica Raymund, Maria Bello y Michelle Rodiguez también han salido del armario recientemente), parece que hasta entonces queda mucho camino por recorrer. Seguro que en tu país ocurre algo parecido, pero mientras tanto, aquí seguimos, en la España del siglo XXI, año 2014, en la España que según las encuestas es el país más tolerante del planeta en cuanto a orientación sexual. Que, curiosamente, es la misma España en la que nos vemos obligadas a hablar de Ellen DeGeneres y Ellen Page porque apenas hay lesbianas nacionales de referencia. En la España que ser lesbiana es “cool” pero si no se dice públicamente, con orgullo, dignidad y valentía como ha hecho Ellen Page, una estrella internacional que se jugaba las habichuelas bastante más que cualquiera de nuestras famosillas.
Sí, aquí estamos, en esa España, esperando la noticia para que algún día deje de ser noticia.
Y mientras aguardamos a que eso ocurra, solo nos queda una cosa por decir: gracias, Ellen(s).