Las que me conocen bien saben que mi gusto hacia las pelirrojas va un poco más allá de lo que muchos consideran normal. Hay quien dice “A mí me van las morenas”, “Yo pierdo la cabeza por una rubia sexy”, y luego estoy yo con mi problema con las pelirrojas… Es decir, a mí me gustan rubias, morenas, castañas, da igual, pero es ver una pelirroja y adiós. Recuerdo bien una tarde hace ya unos cuantos años tomando algo en un centro comercial con Riatha, estábamos las dos manteniendo una conversación muy amena cuando yo, que era la que estaba hablando en ese momento, me quedé en completo silencio mientras mis ojos se iban tras una pelirroja que paseaba por ahí alegremente sin imaginar siquiera que todo lo que su sola presencia estaba causando. Aún recuerdo perfectamente las risas de Riatha y su frase “Qué bollera eres…” cuando logré volver a aterrizar en el mundo real. Y bueno, cuando estuve en Londres pensé que podría llegar a convertirme en la niña del exorcista por la cantidad de pelirrojas que caminan por esa ciudad sin pensar en mi salud física y mental, y sobre todo en la de mi cuello, que pensaba que me lo iba a partir cada vez que una aparecía de improvisto. Y esto es lo que me pasa SIEMPRE que una pelirroja medianamente mona pasa por mi campo de visión. Hasta hace poco intentaba controlarlo, pero me he dado cuenta de que es algo incontrolable y que no merece la pena el esfuerzo que me conlleva siempre y cuando sea capaz de no ir tras ellas, y como de momento mis piernas se paralizan a la par que mi cerebro, no hay problema.
Así que traigo esta sección para presentar al mundo a “mis pelirrojas”, esas que me hacen perder el raciocinio y la capacidad de comunicarme con coherencia con mis amigas. Las habrá de todos los colores; desde el naranja zanahoria más auténtico con sus pequitas (¡PECAS!) hasta esas que tienen el cabello rojo pasión. De todos los tamaños y formas, muy famosas o de esas que han llegado a mí porque lo mío no es normal y es ver una melena anaranjada y ahí voy de cabeza, cuesta abajo y sin frenos. Y, para empezar a abrir boca, os contaré la historia de cómo empezó mi obsesión con las pelirrojas.
FUE ELLA
De acuerdo que sus curvas imposibles ahora mismo me parecen demasiado extrañas como para atraerme, pero en su día fui incapaz de apartar los ojos de la pantalla cuando apareció Jessica, totalmente inconsciente de lo que significaba que yo no pudiera dejar de pensar en ella, y hoy todo lo que me digo a mí misma es que se casó con un conejo. ¡Un conejo! Eso prueba que yo tenía posibilidades porque, no sé vosotras, pero para mí que Jessica era una croqueta en toda regla. Pero olvidando a Jessica (si es que podéis) y continuando en esa época tierna e inocente que fue mi infancia, llegó la segunda pelirroja: Ariel. No sé vosotros, pero mis padres aún me recuerdan que yo lloré al final de la película porque La Sirenita se casaba con el príncipe y no iba a volver a ver a su familia… Creo que las alarmas debieron dispararse en ese momento, mientras todas las niñas eran felices porque Ariel había encontrado el amor, y yo lloraba desconsolada porque se había casado con Erik. Ay, afortunado Erik… Yo quiero una Ariel para mi cumpleaños.
Y de momento os he hablado de dos que son de dibujos animados, pero es que eso fue la infancia, chicas… Luego llegaron las hormonas y todo se descontroló, pero tranquilas, que se puede sobrevivir a un exceso de pelirrojas; lo sé de buena tinta. Así que os traeré pelirrojas, de animación y de carne hueso, que hay cabida para todo en nuestra sopa lésbica. Sé que después de esto vuestro mundo no volverá a ser el mismo, por eso y desde ahora os digo esto: De nada.