Aún recuerdo la primera vez que leí un libro lésbico (o sáfico, o como lo queráis llamar) romántico. Acababan de regalarme, por terminar la carrera, mi primer tablet, y cuando descubrí que podía leer libros electrónicos, se me abrió un mundo literario en el que, por supuesto, también estaban las novelas románticas. Como no tenía referencias, tuve que buscar entre los apéndices finales de Más que amigas, el libro e Jennifer Quiles que sirvió para que varias generaciones de lesbianas y bisexuales hispanohablantes no ubicáramos en la vida y, de ahí, al cielo.
El panorama ha cambiado mucho. Ahora no solamente hay muchas novelas lésbicas, sino que hay buenas novelas lésbicas. Han surgido autoras que se esfuerzan en crear personajes y tramas que nada tienen que envidiar a nada. Algunas, incluso, se cuelan entre lo mejor del año, alejadas de esa etiqueta que tantos debates crea, como el último en el Twitter de Les Editorial, sobre si habría que abandonar el cartel de literatura LGBT. Y, a la vez que esta literatura crece, parece que se devalúan las historias románticas. Y por ahí sí que no paso.
Exactamente igual que reivindicamos películas simples, romcoms en las que la trama sea chica conoce chica y se enamoran y ya está, en la literatura, bajo mi punto de vista, deberíamos seguir los mismos pasos. El confort que siento al empezar una novela de, no sé, Gerri Hill, Georgia Beers, o cualquiera de las autoras nacionales e internacionales especializadas en romántica, es completamente diferente a lo que siento y busco con otro tipo de literatura. Me hace sentir especialmente satisfecha el tener la certeza de ir a tiro hecho, de saber que las protagonistas van a pasar uno o dos baches a lo largo de la historia, pero que al final van a terminar juntas. La cosa va a terminar bien para ellas y para mi.
En un mundo en el que todo es extremadamente agotador, en el que poner el telediario, entrar a Twitter, poner el oído en el bar, salir de casa, empieza a ser una gesta en la que nos tenemos que armar de paciencia por mil razones diferentes, el saber que existe un reducto de felicidad garantizada, es lo que, a veces, me da la gasolina que necesito en el momento preciso. Porque sí, la literatura lésbica romántica nos salvará. Pese a sus portadas infames, su escenarios inverosímiles o sus enredos mil veces vistos. Porque lo que nos salva es la seguridad, y eso es lo que les sobra a todas. Larga vida a la literatura romántica lésbica.