Desde que Sandra Barneda se pronunciara hace dos días sobre homosexualidad, armarios, lucha, etc., ríos de tinta han corrido sobre ella. Y lo más sorprendente es que la mayoría ahondan en que realmente no ha pronunciado la palabra lesbiana, ni se ha identificado como tal. Mucho he leído sobre cómo esto nos hace un flaco favor al colectivo LGBT, sobre la cobardía de no definirte en público y sobre, y este es un aspecto que me interesa mucho, si la sexualidad es pública o privada. Como casi siempre, tengo mil interrogantes y mucho, mucho que reflexionar, porque no estoy de acuerdo con todo el discuso, pero si entiendo su postura.
Sandra trabaja de cara a la galería. Conduce varios programas en televisión, y ha escrito algún libro. Es bastante conocida. Pero, ¿nos da derecho eso a exigirle, como se le está exigiendo, que se convierta en cara visible del movimiento LGBT? ¿Hay una obligación de tener que rendir cuentas sobre tu sexualidad solamente porque sales en la tele? Y es más, ¿que no haya dicho textualmente ‘Soy lesbiana’ invalida todo? Le estamos pidiendo más y más a un gesto que deberíamos estar celebrando por algo fundamental: Es de las primeras que se ha atrevido a decir algo así. ¿Cuantas veces ha sucedido esto en la televisión española? Lejos de aplaudirlo, por más que podamos pensar que se ha quedado corta, la opinión general es de rechazo. No doy crédito.
Hace un tiempo mantuve una mini conversación por Twitter con @Bollosapiens (¡Hola!) en la que yo me quejaba de que Elena Anaya no hubiese hecho precisamente esto, salir del armario en público, y solamente hubiera pronunciado un tímido ‘A mi amor’ al ir a recoger el premio Goya. Me decía Bollo Sapiens, con todo el tino del mundo, que por qué tenía que dar explicaciones verbales de algo que todo el mundo sabía, y que ella no se molestaba en esconder, refiriéndose a las más que famosas fotos en la playa con su novia. Y que no podíamos subestimar las mochilas ajenas: salir del armario es difícil, seas famosa o no. Al final cambié mi punto de vista sobre el asunto. Y este caso es exactamente lo mismo. Sandra no ha dicho que es lesbiana, pero ha reconocido que su pareja, en el momento en que salió la noticia en El Mundo, era una mujer.
Siempre nos quejamos de que ser homosexual implica salir del armario chopocientas veces, pero luego no dudamos en exigir a las figuras públicas que salgan del armario cuantas veces sean necesarias hasta que lo hacen como a nosotras nos gusta. ¿Hay alguien a quien no le haya quedado claro ya, desde hace tiempo, que Sandra no es heterosexual? ¿Qué necesidad hay de ponerle el cartel de lesbiana en la frente, cuando además, ni siquiera sabemos si esto es así? Habla en su discurso de que está harta de las etiquetas, y razón no le falta. Más allá del mundo maravilloso en que todos nos amaremos como hermanos y no hará falta salir del armario, existe una necesidad de etiquetar. Pero el problema viene cuando esos tags te los ponen los demás. Yo no se si Sandra es lesbiana, bisexual, pansexual, heterocuriosa o vete a saber qué. No me importa. Lo que me importa es que no tiene ningún problema en decir que su pareja, con la que comparte su vida en ese momento, es otra mujer. Es más, es que ni siquiera me interesa quién sea la otra.
Creo que perdemos el punto de vista cuando nos centramos en otra cosa. Se habla de que ha traicionado a los que lucharon antes que ella, por más que yo no vea dicha traición. Se comenta que tiene que servir de ejemplo a aquellos que no se atreven a verbalizar su sexualidad, como si fuese algo que ella no tuviese que escoger. Se esgrime que puede permitirse el lujo de no decirlo en voz alta porque en España no la van a apedrear (juro que esto lo he leído, y me ha dado vergüenza ajena). Pero nos olvidamos de que, por más que seamos miembros del infinito colectivo LGBT, cada uno es diferente, cada uno tiene la libertad de ser como quiera ser. Y esto es, precisamente, lo que se le está negando a ella, bajo el pretexto de que al ser famosa tiene la obligación de convertirse en bandera de la lucha LGBT.
Creo, también, que en España estamos tan necesitadas de abanderadas que a veces perdemos de vista que no muchas figuras públicas han dado el paso que Sandra Barneda ha dado en Hablé con ellas. Ella, como celebridad, se ha atrevido a abrir su armario de una manera velada, sí, pero lo ha abierto. Otras muchas siguen en la oscuridad, aunque todas las conocemos, con nombre y apellidos. Viven en armarios de cristal. Aunque solo sea por eso, considero que el paso de Barneda es válido, un comienzo, que es mucho más de lo que hemos tenido hasta ahora.
Cada una que sea como quiera. No podemos pretender que todas seamos igual de valientes, de decididas. Que todas vivamos igual nuestra sexualidad, nuestras relaciones afectivas. A lo más que podemos aspirar es a que cada una sea tan libre como quiera ser. Y a lo mejor, ¿quién sabe?, el día de mañana Sandra o cualquier otra decide ser una abanderada de la causa LGBT. Pero entonces lo habrá hecho porque ella quiere. Sin presiones. Libre, como lo somos todas nosotras, como pedimos a todos los demás que nos dejen ser.